El conductor y la comadrona
El oficio de los personajes principales de Promesas del Este , se nos dice en la última película de Cronenberg, es el de conductor y comadrona respectivamente. Y se nos dice bien. Nikolai (Viggo Mortensen) se descubre como el hombre que dirige realmente esa nave encallada en un búnker ruso en el corazón de Gran Bretaña. Y Anna (Naomi Watts), la madre que no pudo ser, también eso se explicita a lo largo de la película, asumirá de hecho lo que la naturaleza le ha negado: alimentar/poseer un bebé.
El caso es que Promesas del Este antes de cumplir los cinco minutos iniciales propicia al espectador un par de bofetadas de sangre. Para los quince, Cronenberg ha sacado a pasear una cámara majestuosa que sobrevuela con poderío por las calles de Londres. Hacia la media hora inicial, la trama ya está urdida, todos los personajes en su posición y los ecos y préstamos, los contagios y parecidos que sobre ella se ciernen, se multiplican.
Hay un club de niñas sometidas a vejación sexual sacado de la trastienda de David Lynch. Hay una historia de venganza que bien podía haber despuntado hacia el recuerdo de Muerte entre las flores de los Coen. Hay una deriva familiar al uso de Camino a la Perdición con un padre insaciable y un hijo de escasa luz. Hacia su final acaban apareciendo incluso saludos desde el cine de Johnnie To con especial hincapié en su Election , así como algunos gestos de violencia extrema proveniente del cine de Hong Kong y Corea del Sur. Hay en definitiva un verdadero baño de influjos y reflejos. Y son reflejos que provienen desde todos lados.
Pero ¿de que va este filme? Lo cuenta al final Nikolai que tuerce el gesto a la manera de una tragedia de Shakespeare: No se puede ser Rey mientras el Rey sigue viviendo. Va de ambición, poder y muerte. Pero para llegar a esa conclusión, Promesas del Este entretiene utilizando como escenario de fondo el pequeño imperio de una hermandad mafiosa de origen ruso.
Trata de blancas, trapicheos oscuros, armas de todo color y tipo… da igual. Todo esto a Cronenberg y a su guionista Steve Knight (Negocios ocultos ) parece interesarles más bien poco. Esa es la cuestión: ¿qué le interesa a Cronenberg de esta historia? ¿La transformación interior de Nikolai? ¿Su progresiva descomposición moral? ¿Su doble juego y su poder de redención? Si es así, y para ello bastaría con leer el último plano, hay que lamentar que Cronenberg nos haya escamoteado lo que realmente ocupa su atención.
Dos problemas graves hacen andar con muletas lo que, sin ellos, podía haber volado. Uno suma las dudas en su tono con el progresivo edulcoramiento que se cuela en su desenlace. Además, este Cronenberg resulta demasiado previsible y, a partir de la segunda mitad, ya no hace volar a la cámara, en su lugar agoniza sin ritmo.
El otro problema grave es una ausencia. Hay tantas presencias, tantos guiños, tantos juegos a filmes de temática parecida que tan solo falta en esta fiesta el Cronenberg de Una historia de violencia . No está él ni tampoco está el Cronenberg de El almuerzo desnudo , ni el de Spider, ni el de Inseparables , ni el de Videodrome …
En su lugar aparece un solvente profesional que resuelve con algo de humor -Nikolai, apagando el cigarrillo con la lengua-, y mucha suficiencia un filme de sangre y misterio. La primera, propicia algunas secuencias de impacto. Lo de la incertidumbre es un decir. Nadie tiene dudas sobre el destino del tío de Ana, ni sobre el bebé ni sobre ese patriarca ruso llamado Semyon. La única duda apunta hacia el personaje de Nikolai y su tragedia interior.
Quizá en una segunda parte, cuando aparezca el Cronenberg más oscuro, el enigma se aclare y todo tendrá un verdadero sentido. En su ausencia, esto tan solo es un digno divertimento.