Disparatado disparate
Dirección: Michael Ian Black. Intérpretes: Jason Bigss, Isla Fisher, Michael Weston, Joe Pantoliano, Joanna Gleason, Edward Herrmann. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 90 minutos.
Hacen mal quienes desprecian la comedia norteamericana actual porque, aunque en su mayor parte sea un catálogo de insustancialidades, en sus planteamientos argumentales algunas esconden artificios insólitos. Heredera de la screwball-comedie, Cásate conmigo es un híbrido dulzón y maleducado; blando por fuera, perverso por dentro. Una verdadera adivinanza que el que esto suscribe sigue sin resolver del todo.
El argumento jamás hubiera pasado el visto bueno de una escuela de cine europeo. Un joven enamorado prepara una ridícula petición de mano disfrazado de Cupido. Tan estúpida y estrafalaria es su actitud, que la novia sufre un infarto. ¿Vergüenza? ¿Emoción? Da lo mismo. Ingresa cadáver, y en el siguiente plano el anillo de compromiso se va a la tumba con ella, bueno… al bolsillo del sepulturero. El trauma del novio es monumental, pero sus sobresaltos no han hecho sino empezar. Por cierto, sus padres son dos hedonistas adictos al sexo y de sus futuros suegros, mejor no hablar.
Ante este planteamiento hay que frotarse los ojos. Dirigida por Michael Ian Black, este actor que ahora debuta como director encomienda su suerte a la capacidad de Jason Biggs e Isla Fisher. El primero, curtido en los American Pie , ni se inmuta ante el delirio que le rodea. La segunda, compañera sentimental de Sacha Baron Cohen, alias Borat , evidencia que es capaz de competir en osadía y procacidad con su propio novio.
Con tan disparatado guión, Cásate conmigo , como las más inspiradas caricaturas, palpa esencia a fuerza de acumular desatinos. En algunos pasajes amaga con golpear a fondo; en otros, se sumerge en lo ridículo. Sin duda es un mutante, una mezcla desencajada e irregular, en la que Ian Black trenza el tono light de El padre de la novia con la grosería chusca de Algo pasa con Mary . Ese cruce entre los Farrelly y la comedia comercial cruje permanentemente. Detrás de un disfraz de cursilería ñoña, aguarda el aguijón de un exabrupto. Por encima de la salida de tono de una gamberrada inocua, sobrevuela el chiste escatológico y el sarpullido infantil. En ese permanente fuera de juego, resulta imposible saber si se nos toma el pelo o si se lo están creyendo.