Arabesco sentimental
Sergi López posee una sobria presencia escénica que le ayuda
a resolver personajes y situaciones con bastante dignidad. Tan
sólo cuando se le exigen registros activos y crispados, cuando
se le da pie al histrionismo, al contrario que otros actores,
es cuando más perdido está. O sea, que Sergi López es un actor
solvente, nada amigo de la impostura ni del exceso, que se mueve
bien en castellano y mejor en catalán. Ahora bien, si se quiere
encontrar al mejor Sergi López de todos, hay que hacerlo en francés
y si es con Manuel Poirier, el éxito está garantizado.
Si alguien lo dudaba que vaya a verlo a La Maison, un filme discreto
en su apariencia, modélico en su resolución y mucho más hondo
de lo que aparentan sus tranquilas aguas. Poirier, un peruano
hecho en París con quien Sergi López ha hecho algunas de sus
mejores obras, Western por ejemplo, domina el medio tiempo. Ése
en el que los sentimientos amarillean y se exige de los personajes
hurgar en los recovecos más íntimos. Es cine adulto que habla
de sentimientos y soledades, de padres e hijos, de relaciones
humanas sin que en ellas quepa atisbar artificios solemnes ni
muletillas genéricas.
Probablemente por eso se entienden tan bien Sergi López y Manuel
Poirier. Construyen un relato que, como una suave armonía, va
pegándose al oído. Se abre el filme con la figura de lo que parece
un padre y tres hijos de edades parecidas. Los chicos caminan
delante, la chica a su lado, de la mano, paseando distraída como
si quisiera eternizar ese instante. Llegan a casa pero él no
entra. El conflicto está presentado.
Lo que viene a continuación se alimenta de pequeñas secuencias,
fogonazos de vida arrancados a la observación de lo cotidiano.
Una conversación telefónica capaz de mitigar la soledad. Una
borrachera con un amigo capaz de palpar las esencias de una noche
de copas. Un encuentro con una prostituta que se ennoblece al
establecerse en la cama propia.
Es cine de detalles y son detalles de orfebrería. Bien curvados,
mejor engarzados. Corre el riesgo de ser malentendido por su
aparente falta de pretensiones. Lo que más rechazo provocará,
especialmente entre aquellos que lo lean demasiado rápido, es
su discurso de fondo. Y es que pende sobre él la sensación de
que insinúa un panegírico anti-divorcio, algo así como un manifiesto
reaccionario. No es tal, bastaría con regresar a ese último plano
con Sergi López esperando el regreso de la familia para entender
que Poirier simplemente ratifica lo que ya es sabido, que todo
camino tomado se edifica sobre la renuncia del no escogido. Y
eso duele. Y eso es (mal)vivir.
Además, hay una secuencia modélica. Tragicómica y ambigua, inquietante
y confusa: una subasta en la que nada parece claro y sobre la
que se edifica todo cuanto esta «casa» almacena en su interior.
Sólo por ella, el filme ya merecería el aprobado. Poirier con
materiales escasos, sin grandes ambiciones y con un alcance limitado,
convierte esta Maison en un correcto proverbio. No se trata de
cine grande, pero sí de un cine bien hecho.