La fotógrafa de los monstruos
Dirección: Steven Shainberg. Guión: Erin Cressida Wilson, Patricia Bosworth. Intérpretes: Nicole Kidman, Robert Downey Jr., Ty Burrell, Harris Yulin. Nacionalidad: EE.UU. 2006. Duración: 122 minutos.
¡Ay de quienes crean que en Retrato de una obsesión van a encontrarse con una biografía al uso! Se desconcertarán. Lo mismo quienes, atraídos por la presencia de Nicole Kidman, acudan a ver este filme esperando un cruce entre su hacer como Virginia Woolf y su presencia en títulos como Moulin Rouge . Es más; de no ser por la presencia de Kidman, probablemente este filme no se hubiera estrenado comercialmente aquí jamás. Perverso, onírico y provocador; Retrato de una obsesión debiera haber sido filmado en blanco y negro al estilo de Cabeza borradora, Pi yTetsuo . Pero no están los tiempos como para autoinmolaciones, aunque nada puede salvar a este película del fracaso comercial y de la irritación de algunos espectadores ocasionales.
Steven Shainberg, director de este filme, ya había avisado de su querencia por la heterodoxia, lo morboso y la incorrección. Su obra anterior Secretary también fue objeto de confusión. Aquella relación sadomasoquista entre una secretaria y su jefe rezumaba patetismo y ternura pero levantó las iras de las secretarias profesionales, la confusión de los mirones irredentos y la perplejidad de los espectadores no avisados.
Aquí, con el pretexto de acercanos a la vida de Diane Arbus, una fotógrafa empeñada en retratar a personajes extraños, de final trágico, que cometió doble suicidio -sobredosis de barbitúricos y corte de venas a la vez-, Shainberg entrelaza La bella y la bestia con la Alicia de Lewis Carroll y La parada de los monstruos de Tod Browning. Amargo y ardiente coctail que no resulta apto para paladares hechos al pop corn o al chocolate con leche. Al contrario, Shainberg, cuya biografía habla de una intensa experiencia en un monasterio zen, lejos de transmitir serenidad, se empeña en mirar el dolor existencial de quienes no pueden respirar en lo convencional. La piel, el vello y la apariencia asumen el papel de iconos simbólicos para alimentar un discurso sobre los mecanismos de la seducción, el deseo y la melancolía. La fotografía deviene en puro artilugio para rozar la verdad y un inquietante juego de espejos, simetrías y elementos alegóricos cargan y recargan este filme de ecos confusos y desazones sin cuento.