El último atardecer
Dirección: Danny Boyle Guión: Alex Garland Intérpretes: Rose Byrne, Cliff Curtis, Chris Evans, Troy Garity, Cillian Murphy, Hiroyuki Sanada y Benedict Wong Nacionalidad: Gran Bretaña. 2007 Duración: 107 minutos
El punto débil de Sunshine se halla allí donde germina la razón de su existencia. La cuestión que se suscita tras presenciar la odisea de ocho hombres enviados hacia el sol para tratar de evitar que se extinga a fuerza de aplicarle un tratamiento de shock obedece a una constatación. Al igual que Orson Welles cuando llegó a Euskadi creyendo encontrarse en la Arcadia, el espectador que presencia Sunshine tendrá más fácil explicar este filme por lo que no es que por lo que es. Welles no pudo acotar qué era el pueblo vasco, pero sí supo decir qué no era. Si aplicamos este procedimiento a Sunshine sabremos decir que el último filme de Danny Boyle no es Armaggedon, por más que hable de la proximidad del apocalipsis, ni tampoco es 2001 pese a que el ordenador Icaro 2 recuerde demasiado a HAL.
Es decir, no es aventura épico-espacial ni obra total con pretensiones metafísicas, aunque en su desenlace crezca una tensión psicótica y en su final parezca surgir el símbolo del misterio de la existencia. No es nada de lo que se había hecho y es un poco de todas las cosas.
Boyle fue descubierto en el festival de San Sebastián, cuando su primer filme, Tumba abierta (1994), causó una grata impresión. Era cine fresco, independiente y gamberro en el que resultaba difícil ver al autor de Trainspotting, 28 días después y Millones. Que Boyle no es un director convencional lo demuestra Sunshine. Hay películas que, vistas desde la distancia, se sabe cómo podrían haber sido mejores. Con el cine de Boyle y con Sunshine en particular ese proceder no funciona. Y no funciona porque Boyle hace del exceso virtud y de la virtud su deficiencia. Por eso Sunshine no logra ser esa gran película que lleva dentro. Este filme terrorífico a veces e inquietante casi siempre es capaz de mostrarse adulto y ambicioso en tiempos de cine banal. En él asistimos a la lucha entre religión y ciencia, entre muerte y vida. En él la agonía del último hombre se contrapone al sacrificio del primer héroe de la nueva era. Y Boyle, que como buen posmoderno sabe de Tarkovski y de Spielberg, opta por la vía intermedia. Es un puente tal vez imposible de construir, pero es un intento apreciable en su derrota.