Blog : Elecciones Generales 9M

Ha llegado a mi buzón la primera propaganda electoral; un grueso sobre que contiene las papeletas, más un tríptico con la foto y una breve reseña de los candidatos. Siempre hace ilusión creer que los partidos se acuerdan de una, aunque sé que la carta la remite una empresa que no me conoce de nada y tira de listados de votantes.

En esta ocasión, el más tempranero en dejarme su envío ha sido UPN-PP. Tu voz en Madrid , dicen. Ahí están, Cervera y sus compañeros posando de cuerpo entero, con la obligada sonrisa de estas ocasiones y sosteniendo diversos objetos: un botiquín, una raqueta, una guitarra, un ordenador, unos libros… ¡La perfecta foto de la mañana de Reyes Magos! Todos tenemos alguna de esas imágenes, sacadas por nuestros padres a primeras horas del 6 de enero en el salón familiar. Retratos de niños felices, vestidos de caperucitas o piratas, y con varios regalos en la mano ante un fondo de cajas de juguetes y papeles de envolver.

Miro la foto de los regionalistas y miro las de mi álbum y son clavadas -entiéndanme, salvando las distancias-, lo que me lleva a preguntarme cómo es posible que los sesudos diseñadores de campañas electorales no hayan imaginado maneras más novedosas de acercarse al pueblo. Dejando al margen honrosas excepciones -que también las hay-, los partidos se copian unos a otros y repiten idénticas y viejas fórmulas para convencernos. Caravanas, charlas, reparto de folletos puerta a puerta y, que no falte, el encuentro casual con el mayor número de posibles votantes reunidos en cualquier lugar.

Un ejemplo de esto último son los mercadillos callejeros, donde el pasado fin de semana coincidieron variados candidatos. En el de Tudela, los de UPN y PSN; en el de Landaben, los socialistas y los de IU. Pero nadie refutará mi tesis tras lo ocurrido el domingo en Arroniz. A su Fiesta de la Tostada acudieron representantes de las tres formaciones que, según todas las estimaciones, lograrán escaño en Madrid. Sólo cabe una duda: ¿Qué tal estaban las tostadas?

POR ANA BELASKO

Dicen que ha empezado la campaña electoral. Lo que no se sabe es cuándo. Ni, mucho menos, si se terminará alguna vez. Un crítico cinematográfico comentó no hace mucho aquello de que las películas eran «eso que echan entre anuncio y anuncio». Con las elecciones pasa algo parecido. Es algo que sucede un día entre campaña y campaña. Además, antes en la jornada siguiente ganaban todos. Ahora, los que pierden no reconocen a los que triunfan y arrancan la siguiente campaña por aquello de combatir la resaca con otro clavo. Al menos así pasó en 2004, con el 14-M. Y qué decir de las más recientes, ésas del 27-M que se votaron en Navarra, pero se decidieron en Madrid… ¿Y si sucediera al revés este 9-M? Dejémoslo ahí y abramos la perspectiva más allá del ombligo foral. Hasta el otro lado del Atlántico. Eso sí, mejor salsa latina o tango argentino que Supermartes . Como sucede con el fútbol, la publicidad o el cine, el lenguaje encierra allí mucha más expresividad y sabiduría popular. Y es que la primera decisión ante unos comicios no es votar a tal o cual partido (en caso de que se puedan presentar todos, algo que no sólo pasa en lejanas repúblicas bananeras), sino votar o no votar. De hecho está en juego la propia legitimidad de la política y de los políticos. En esto, las paredes y carteles de Latinoamérica dejan a la altura del barro a los fabricantes de eslóganes y expertos universitarios. En las elecciones de 2000, cuando el país de Gardel se desangraba con El Corralito y la política de pampa quemada de Menem o De la Rúa, alguien escribió en un muro lleno de fotos de candidatos un sincero «¡Que pierdan todos!». Menos mal que les salió Kirchner… Más lejos iba la pancarta de unos manifestantes en el México nada lindo de 2004: «¡Que nos gobiernen las putas: sus hijos ya nos han fallado!», se leía. Ingenioso, pero quizá injusto, pues las trabajadoras del sexo merecen tanto respeto como los políticos y urge reivindicar el compromiso de éstos en una época donde nadie quiere responsabilidades ni en la comunidad de la escalera. Aunque, para pintadas, una desteñida en una tapia de un valle cercano a Pamplona: «Los ricos ganan porque les votan los pobres». ¿Habrá una colonia de argentinos en Izagandoa?

POR TXUS IRIBARREN

El problema del legendario lema resistir hasta vencer es que puede que la victoria no llegue nunca. Es lo que le pasa a Izquierda Unida. Hace cuatro años creyó tocar fondo después de haber sido víctima del deseo colectivo de la izquierda de acabar con el aznarismo . Pero el fondo puede ser muy profundo. La polarización del voto, acrecentada por el debate entre Zapatero y Rajoy de mañana, las continuas llamadas del PSOE al voto útil y el vacío mediático al que le someten los medios de difusión nacionales no hacen de esta campaña el mejor de los escenarios para la coalición, que por si fuera poco, llega a los comicios tras un convulso proceso interno de elección del candidato.

Y no es fácil competir en la política moderna, en la que manda el marketing, y que está más centrada en la imagen que en mensaje, en lo sentimental que en lo político. Izquierda Unida clama contra la espiral de rebajas fiscales que han iniciado PP y PSOE. Habla abiertamente de República, de revisar las relaciones con la Iglesia, de reformar la ley del aborto o despenalizar la eutanasia. Pero predica en el desierto. Pocos escuchan. Ni siquiera que el doble virtual de Llamazares queme la foto de la Familia Real o haga tragar con un embudo a Zapatero todo un bote de izquierdina sirve para llamar la atención. Pocos miran.

El lenguaje moderno se escribe en 1 y 0. En rojo y en azul. Nike o Adidas. Coca Cola o Pepsi. Zapatero o Rajoy. Hay encuestas que anuncian que PP y PSOE van a tener juntos más escaños que nunca. Algunos, como Miguel Sanz, hablan ya de un pacto a la navarra. Más de dos son multitud. Se acabó la pluralidad.

Isabel Arboniés recordó ayer que ésta sólo es una trinchera más en las que ha luchado la izquierda durante toda su historia. Cuando no se puede ganar, sólo queda resistir.

POR IBAI FERNÁNDEZ

Si por algo se caracterizan las campañas electorales es por la cantidad de promesas con las que los candidatos bombardean a la ciudadanía. Basta con que uno de los aspirantes se descuelgue con el compromiso de dar algo -a poder ser contante y sonante- para que se desate un subasteo tan difícil de parar como muchas veces de creer. Y la campaña que acaba de arrancar no parece que vaya a quedarse atrás en esta tendencia. Los políticos y sus asesores están convencidos de que una de las mejores formas de captar el voto es a base de adquirir compromisos de futuro, y no les importa hacerlo incluso de manera zafia y aun a costa de que luego tenga que salir el responsable de las finanzas para matizar lo que son meteduras de pata en toda la regla.

Durante la precampaña, que ha durado casi toda la legislatura -así somos por aquí-, el PSOE le ha tomado una ventaja considerable al PP. Comenzó con los 2.500 euros del cheque bebé, continuó con las ayudas a los jóvenes para la emancipación -mal explicadas inicialmente, por lo que Pedro Solbes tuvo que a precisar algunas cuestiones que no estaban hada claras- y dio en la diana con los famosos 400 euros que ZP devolverá a los contribuyentes si sale vencedor de esta pugna electoral, pese a que también tuvo que salir a la palestra el ministro de Economía para resolver los puntos oscuros de la cuestión.

Con estas medidas de dar dinero gratis, que desde luego si están alejadas de algún sitio es de las posiciones de izquierdas, los socialistas han puesto de los nervios a los populares, que no encuentran por el momento la fórmula de contrarrestarlas. Mientras tanto, el PSOE sigue a piñón fijo y ayer le tocó el turno al titular de Sanidad, Bernat Soria, quien anunció que va a rebajar el IVA de los preservativos e incluso los facilitará gratis en los lugares de ocio.

De aquí al 9-M, es de prever que el carrusel de promesas continuará. Existe una coincidencia casi generalizada en que la pelea por La Moncloa se va a decidir en asuntos económicos, y ya se sabe que es mejor prometer, aunque luego no se pueda cumplir, que quedarse corto y perder.

POR JAVIER ENCINAS

No sé hasta qué punto es una sorpresa el que en la víspera de la campaña aparezcan juntos Chivite y el naúfrago de Itoiz, pero la foto publicada ayer por este periódico lo dice todo sobre la afinidad que existe entre la dirección del PSN y UPN-PP. Tiene que ser muy duro para el militante socialista de base comprobar que el mismo dirigente del PSN que impidió el desalojo de UPN del Gobierno siga estando al servicio de los intereses más rancios de la comunidad. Intereses, por cierto, que le han llevado a Barcina a patinar en fondo y forma a raíz de la resolución del TAN, por la que está obligada a cambiar el nombre franquista de 20 calles de la Txantrea. A pesar de todo, la concejala del PSN Maite Esporrín ha posado encantada junto a la alcaldesa.

Una afinidad que UPN tradicionalmente también mantiene con los secretarios generales de la UGT de Navarra; en esta caso el señor Juan Goyen, que dejó claras cuáles eran sus preocupaciones preguntado en su día por la formación del Gobierno de Navarra: Como primera medida pedimos un Gobierno que defienda de verdad que esto es una comunidad con identidad propia y diferenciada dentro de España. Eso como frontispicio . Por eso, el primer acto de los candidatos al Senado de UPN ha sido acudir a la sede de UGT (y de CCOO) de la avenida de Zaragoza, aunque desde ambos sindicatos se ha dicho que desconocían cuáles eran las intenciones del partido de Sanz.

Y, mientras tanto, circula en la red (muy animada, por cierto, y langostinosylentejas.com es buen ejemplo de ello) la lección magistral que impartió Miguel Sanz ante la plana mayor de su partido delante sobre aritmética electoral: Así resuenan sus palabras: «…por lo tanto, menos PSN implica más Nafarroa Bai, sin duda; y más NaBai implica menos Navarra. Pero, más UPN y más PSN, implica más Navarra, sin ninguna duda…» . Se trata de un claro ejemplo de patrimonialización de Navarra y una visión excluyente y monolítica de lo que debe ser (no de lo que en realidad es) nuestra Comunidad.

POR E. DIEZ DE ULZURRUN

Llevamos sólo unas horas de campaña y ya me ha asaltado la nostalgia. ¡Cómo han cambiado estos procesos a los de mi juventud! No hace tanto, era inimaginable toparse con un macro cartel electoral junto a las carreteras o recibir mensajes SMS y sí obligado para cualquier candidato salir en la foto del periódico con la escoba y el cubo de engrudo, a punto de comenzar la pegada . Hay imágenes de aquellos gestos, guardadas en los archivos de los diarios, que no tienen precio. Aún recuerdo la de un ex presidente navarro, ataviado para tal ocasión con una camiseta en la que podía leerse «Cocaine».

Los tiempos han cambiado. Los tiempos, los asesores de imagen, los medios de comunicación, los partidos políticos y, espero, que nosotros. Pero algo permanece desde siempre. El mitin es el único acto de campaña que, en esencia, perdura -a mi entender, de manera inexplicable- tal y como lo conocimos. Irá para 30 años que me llevaron al primero. Entre banderas y pancartas, los presentes cantaban a coro, entusiasmados, hasta que salieron del local casi flotando, convencidos de su triunfo. Si no fuera por los cantos al unísono, aquel acto y los que hoy se celebran en poco se diferencian. Ahora, con más mercadotecnia, más medios técnicos, más seguridad y mucha menos gente. Por lo demás, parecido.

De hecho, toda formación que se precie convoca su mitin. Aunque sea un único mitin central revestido de mitin-fiesta, de encuentro de simpatizantes o de comida campestre pero, pese a lo que ha llovido en tres décadas, no hay partido que se la juega en este terreno.

Mientas leía el otro día las crónicas del acto que protagonizó Rodríguez Zapatero en el frontón Labrit pensaba en ello. Sus escasas y poco plausibles explicaciones respecto a la responsabilidad de su partido en lo hechos acaecidos el pasado verano en nuestra comunidad y los vítores del respetable allá reunido me hicieron recordar la reflexión de un veterano político navarro: «Los mítines son como las misas. A ambas celebraciones sólo acuden los convencidos».

POR ANA BELASKO * Periodista