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De mítines y misas

viernes, 22 de febrero de 2008

Llevamos sólo unas horas de campaña y ya me ha asaltado la nostalgia. ¡Cómo han cambiado estos procesos a los de mi juventud! No hace tanto, era inimaginable toparse con un macro cartel electoral junto a las carreteras o recibir mensajes SMS y sí obligado para cualquier candidato salir en la foto del periódico con la escoba y el cubo de engrudo, a punto de comenzar la pegada . Hay imágenes de aquellos gestos, guardadas en los archivos de los diarios, que no tienen precio. Aún recuerdo la de un ex presidente navarro, ataviado para tal ocasión con una camiseta en la que podía leerse «Cocaine».

Los tiempos han cambiado. Los tiempos, los asesores de imagen, los medios de comunicación, los partidos políticos y, espero, que nosotros. Pero algo permanece desde siempre. El mitin es el único acto de campaña que, en esencia, perdura -a mi entender, de manera inexplicable- tal y como lo conocimos. Irá para 30 años que me llevaron al primero. Entre banderas y pancartas, los presentes cantaban a coro, entusiasmados, hasta que salieron del local casi flotando, convencidos de su triunfo. Si no fuera por los cantos al unísono, aquel acto y los que hoy se celebran en poco se diferencian. Ahora, con más mercadotecnia, más medios técnicos, más seguridad y mucha menos gente. Por lo demás, parecido.

De hecho, toda formación que se precie convoca su mitin. Aunque sea un único mitin central revestido de mitin-fiesta, de encuentro de simpatizantes o de comida campestre pero, pese a lo que ha llovido en tres décadas, no hay partido que se la juega en este terreno.

Mientas leía el otro día las crónicas del acto que protagonizó Rodríguez Zapatero en el frontón Labrit pensaba en ello. Sus escasas y poco plausibles explicaciones respecto a la responsabilidad de su partido en lo hechos acaecidos el pasado verano en nuestra comunidad y los vítores del respetable allá reunido me hicieron recordar la reflexión de un veterano político navarro: «Los mítines son como las misas. A ambas celebraciones sólo acuden los convencidos».

POR ANA BELASKO * Periodista

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