Al hilo del estudio que vamos haciendo del Aparato Psíquico freudiano, voy a tomar tres puntos del trabajo de Luis Alba ( publicado debajo) para contrastarlos con lo que llevamos dicho:
1) “Conseguir un idioma, a través del cual, pueda existir un entendimiento verdadero”
2) “Conocer los sustratos que elaboran nuestra conducta moral, nuestras emociones, nuestros sentimientos, y nuestra cognición, y estudiar el modo de recodificar nuestro cerebro”
3) “La puntualización de Rmachandra: “No podemos tener sensaciones subjetivas (qualias) sin nadie que las experimente y no podemos tener un self (yo) totalmente vacío de experiencias sensoriales”
Es decir, no puede haber un yo anterior a las experiencias sensoriales. El yo se va construyendo, a la par de las experiencias sensoriales. Se va construyendo a la par, que esas experiencias sensoriales, van quedando clasificadas.
Hay impresiones psíquicas, en una época, en la que el lactante, no hace aún la distinción entre su yo y el mundo exterior. Las primera distincion que el bebé va haciendo, es significar lo placentero como yo y lo displacentero, como no-yo.Dijimos anteriormente: “placentero; bueno para mi” (…) “displacentero; malo para mi» El acumulo de excitación, es la experiencia sensorial vivida como displacentera. La descarga de excitación, vivida como placentera.
En un estado primitivo del aparato psíquico, el desear, lleva al alucinar, es decir, a investir la huella de memoria que dejó la percepción del objeto de satisfacción. Ese al que hemos venido llamando el “Otro auxiliador del que se depende”. Pero para que la investidura alucinatoria tuviera el mismo valor, que la percepción en la realidad, debería ser mantenida permanentemente; con la consiguiente muerte del infante.
Por tanto, el “apremio de la vida”, debe de inhibir la investidura alucinatoria y desviarla hacia la búsqueda del objeto en la realidad. A ese “apremio de la vida” lo vamos a llamar YO.
La infancia no es, según Freud, un paraíso de color de rosa. Es un tiempo de trabajo. La pulsión provoca tensión y exige una satisfacción. El niño tiene que inventar permanentemente significaciones que lo consuelen de su dependencia de ese Otro que lo preexiste. Debe resignificar el mundo que lo rodea permanentemente para calmar la angustia de una falta radical.
Borrar la existencia de esa falta, es un intento repetido de mil modos. Un intento, de “conseguir un idioma, a través del cual, pueda existir un entendimiento real y verdadero” Lo cual, ha llevado a la humanidad, a inventar trucos de índole diversa.
Los sabios musulmanes piensan que el Corán es anterior a la creación. Literalmente escrito en el cielo. Más cerca, nuestra Biblia, recopila alegorías que se consideran dictadas por un espíritu. Claro que eso no nos libra, de que tanto el uno como la otra, tengan que ser interpretados, y de que, por mucha pompa y boato del que se invistan, los interpretadores, solo son gente de a pie. Lo cual quiere decir, que sólo pueden interpretar, desde sus significaciones propias. Pero si las religiones llevan milenios dándonos sus significaciones, siempre ha quedado un resquicio, para las significaciones personales de cada uno.
Esto que se nos avecina, con la nueva religión del neurocognitivismo, parece mucho peor. ¿Quién será el “sumo sacerdote” que se arrogará el derecho de decidir cómo recodificar nuestro cerebro? ¿Qué emociones, qué moral, qué sentimientos se le ocurrirá implantarnos? Es evidente, que sólo puede hacerlo desde sus propias representaciones, es decir, las del Poder.
Confiemos en la solidez de las enseñanzas freudianas. Confiemos en eso irreductible, que Lacan llamó: “No hay relación sexual”. No hay manera de que nada nos colme. Hay algo en nuestro ser, que no se deja recodificar.