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Víctimas de la equidistancia

viernes, 24 de julio de 2009 Sin comentarios

Dirección: Ana Díez. Guión: Ricardo Fernández-Blanco. Intérpretes: Emilio Gutiérrez Caba, Andrea Davidovics, María Botto, Nicolás Pauls, Mauricio Dayub, Viviana Saccine. País: Uruguay, España y Argentina, 2008. Duración: 88 minutos.

ALLÍ donde las brasas que alimentan el sustento argumental de Paisito se consumen se encuentra lo más admirable de un filme que se columpia en ese borde abismal en el que el cine español pela la pava. Su realizadora, Ana Díez (Tudela, 1955), irrumpió en plena eclosión del llamado cine vasco en la década de los 80, fue la primera directora en ganar el Goya a la mejor dirección novel con Ander eta Yul y ahora, veinte años después, es obvio que su cine adolece de las limitaciones de esa industria raquítica que tan buenas ideas destruye.

Desde el punto de vista de la producción, Paisito conforma un diagnóstico feroz y veraz en el que se reflejan las miserias de la producción española. En realidad, todo el cine de Ana Díez muestra los inequívocos síntomas de la falta de brillantez de una industria sostenida por la subvención e incapaz de correr riesgos. Tenemos la industria cinematográfica más miope, tacaña y miserable de cuantas existen en Europa. ¿Se han preguntado por qué, en cuanto pueden, los directores se montan sus propias productoras? Porque en España, la producción juega el papel de la banca en el casino, no arriesga nada y gana siempre. Lo malo es que cuando eso sucede, cuando los directores devienen en productores, desaparece la necesaria tensión entre la utopía del autor y la grandeza del inversor; se acaba la posibilidad de hacer arte y todo se reduce a artesanía atenta al beneficio.

Esto ilumina la naturaleza de ese escaparate del cine español lleno de manufacturas artesanales que no es necesario vender porque ya están pagadas de antemano. De ahí que la cosecha del cine español esté llena de botijos que se llenan de polvo.

Pero no nos desviemos de Paisito , un filme que lleva dentro una bella idea, un trabajo actoral responsable y un par de personajes merecedores de ser escuchados. Y es que las mejores cualidades de Ana Díez se resumen en dos: su capacidad para pulsar ideas argumentales notables y su oficio para maquillar con dignidad lo que la falta de medios le arrebata. Rodada hace casi dos años, ninguneada por su humildad y postergada porque en ella no hay concesiones comerciales ni bálsamos sentimentales, Paisito encierra lo que Ana Díez siempre muestra, una querencia encomiable por personajes fronterizos, por seres humanos de carne y hueso que no juegan papeles políticamente correctos sino que asumen la carga del ser con sus luces y claroscuros. En Paisito la verdadera trama argumental, lo que de verdad reclama nuestro interés, gira en torno a dos personajes de mediana edad, dos padres de familia a los que la crispada situación del Uruguay de los años 70, convertirá en títeres de la violencia. Una decisión muy discutible en la estructura del guión, que luego repercute de modo amplificado en la realización, hace que se desplace el verdadero centro de interés a los hijos de ambos con un salto temporal que se muestra ineficaz.

Con un proceder semejante al que John Ford utilizó para mostrar la verdad real frente a la oficial enEl hombre que mató a Liberty Valance , en Paisito dos personajes reencontrados en el campo de entrenamiento del CA Osasuna, entre revolcón y revolcón, rememoran la historia de sus padres; una historia en la que echamos de menos más desarrollo en los personajes femeninos, las madres, y más roce y verdad entre la cámara y los verdaderos protagonistas. En el filme, tal cual ha quedado, apenas lo hay. Pero en ese vacío permanece una desgarrada y emocionante lección sobre los perdedores de todas las violencias. Con ellos, cuando se sale del cine, el espectador podrá rehacer esa gran película que aquí se insinúa enterrada en su fondo.

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Adolescencia de manual

viernes, 24 de julio de 2009 Sin comentarios

Dirección: David Yates. Guión: Steve Kloves; basado en la obra de J.K. Rowling. Intérpretes: Daniel Radcliffe, Rupert Grint, Emma Watson, Helena Bonham Carter, Jim Broadbent, David Bradley, Robbie Coltrane. Nacionalidad: Reino Unido y EEUU, 2009. Duración: 153 minutos.

Sexta entrega de Harry Potter. Los directores se suceden, los espectadores permanecen y nada o casi nada cambia. Salvo que todo esto se ha convertido definitivamente en un fenómeno singular en el que las películas no son sino una pieza más de una enriquecedora operación. ¿Es pertinente tratar de analizar lo que encierra ese Misterio del príncipe? Entiendo que no. Basta con dejar de mirar la pantalla para observar al público y comprender que se está en otra cosa. Hay algunos indicios de que esto es muy especial. Por ejemplo, la inmensa mayoría de los espectadores se han leído los libros, han crecido con ellos, buscan que lo que la pantalla muestre se adecue a lo que la letra impresa ideada por J.K. Rowling les sugirió en su día. O sea, nadie pide cine, tan solo se espera fidelidad a la anécdota, algo parecido a lo que hacían aquellas novelas ilustradas que los padres de estos lectores de Potter leían hace 30 años.

Lo curioso, lo terrible, es que Daniel Radcliffe se desmorona. No parece que en él habite un actor y en consecuencia cada vez le cuesta más sostener a Harry Potter. El personaje ha crecido pero el actor se encoge incapaz de alimentar lo que, cuando era niño, hacia sin esfuerzo: jugar.

Ciertamente ninguna de las entregas anteriores ha sido excepcional, en todo caso, la de Cuarón parecía la más inspirada, la más ambiciosa, la que más cine quiso llevar dentro. Ahora, ésta que ahora nos ocupa, aparece como la más desorientada. Es verdad que lo propio de los adolescentes es el desbrujulamiento pero aquí, con el artificio de dar rienda suelta a los efectos especiales e insinuar el despertar de la libido de los personajes, maniatado por la obligación de no penetrar en la oscuridad de la pubertad, el filme se banaliza en lo epidérmico. Y aunque ahora Potter muestra alguna doblez, alguien que arrastra un trauma como el suyo, carne de diván, carece en la novela y en el filme del más mínimo sustento psicológico. Si en su origen eran relatos apropiados para esa edad en la que la magia y la fantasía enciende la imaginación, ahora, con perturbaciones hormonales y el bigote a flor de piel, Potter muda la inocencia por la estupidez. Desalentador panorama que amenaza con ir a peor, aunque el negocio mejore a cada momento.

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La garantía de lo prefabricado

viernes, 24 de julio de 2009 Sin comentarios

Dirección: Tony Scott. Guión: Brian Helgeland; basado en la novela de John Godey. Intérpretes: Denzel Washington, John Travolta, John Turturro, Luis Guzmán, Michael Rispoli, James Gandolfini, Ramón Rodríguez. Nacionalidad: EEUU y Reino Unido, 2009.

En los primeros compases de este filme con sabor a remake y con título rítmico se condensa lo mejor del mismo. Lo que viene a continuación, los más veteranos, aquéllos que todavía creen que el cine de los años 70 no fue tan malo, se lo saben. El recuerdo del hacer de Joseph Sargent, con Walter Matthau y Robert Shaw en los personajes que ahora asumen Denzel Washington y John Travolta, será para ellos un lastre difícilmente soportable. Pero se trata de un lastre de alcance menor, porque la mayor parte de los espectadores que irán a ver el último trabajo de Tony Scott no habían nacido cuando el duelo Matthau-Shaw impregnaba los túneles del metro neoyorquino de una tensión preñada por la angustia existencial que el desmoronamiento del espíritu pop de los 60 acumuló en forma de frustración, madurez y estornudos .

En esos primeros compases, Tony Scott, efectista narrador que al contrario que su hermano Ridley jamás ha tratado de demostrar mayor hondura que la de hacer un cine sólido y eficaz, puro artificio al servicio del entretenimiento, mueve a sus protagonistas como si fuesen actores que se dirigen hacia el teatro. Sólo que ese espacio interpretativo no se encuentra en los escaparates engalanados de Broadway, sino en los subterráneos del metro de Nueva York. Son los preámbulos de una normalidad que ya no volverá a verse porque, instantes después, todo se debe al género policiaco; todo cultiva esta especie de atraco, siempre imperfecto, que alimenta un choque de trenes.

Ya lo han adivinado. A un lado Travolta, empeñado en sostener con perverso afán psicópatas que nunca se desprenden del touch de Tarantino. Al otro, Denzel Washington, definitivamente perdido para el mal, pero empeñado en hacer el bien con desaliño como si así su talento actoral, como hace Russell Crowe, pareciera mejor. Ellos asumen el duelo que la novela de John Godey presenta como un pulso tenso, duelo que Scott sacrifica en parte porque prefiere jugar con la imagen y con los últimos adelantos técnicos tanto detrás de la cámara como delante. Como la batuta es suya, este remake se decanta por la acción frente a la interacción, sin que eso disipe el peso de un cine que sacrifica lo personal a cambio de garantizar lo genérico.

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Un, dos, tres… el mundo está del revés

viernes, 17 de julio de 2009 Sin comentarios

Dirección: Larry Charles. Guión: Sacha Baron Cohen, A. Hines, D. Mazer y Jeff Schaffer. Intérpretes: Sacha Baron Cohen, Gustaf Hammarsten, Clifford Bañagale, Paula Abdul, Josh Meyers. Nacionalidad: EEUU. 2009. Duración: 83 minutos.

Al final de la algarabía que provoca Brüno, cuando se disuelven los ecos de las risas y las luces de la sala se encienden, todo pasa a ser presidido por el crepúsculo de ese paisaje que este filme dibuja con colores de angustia y soledad. Y es que Brüno supura penumbra. Arranca con un mazazo pop y culmina en medio de un cuadrilátero homófobo adornado de escarnio y bronca. No es preciso engañarse. En la penúltima secuencia finaliza el sueño de Brüno , lo que viene a continuación no es sino un añadido autocomplaciente para aliviar el desasosiego que desata.

El ridículo patetismo de Brüno , un desgraciado sin cerebro ni control que aspira a la fama, vende a alto precio cada sonrisa que arranca. Y con ello, su creador, Sacha Baron Cohen, sabe que, pese a todo, luego explicaremos ese pese a todo, su filme conforma lo que él desea. Y lo que desea no es sino desabrochar el dolor de la cordura y convocar el pánico de la lucidez.

Pero vayamos por partes. De entrada una precisión: Brüno conforma junto a Ali G y Borat , la trilogía de personajes con los que Sacha Baron Cohen, un actor-autor, ha conseguido un reconocimiento mundial. Para unos se trata de un genio; para otros es un chiflado sinvergüenza, un provocador víctima de su propia incontinencia ética y al que sin duda muchos estarían dispuestos a mandarlo a la hoguera. Dicho de otro modo, aunque Brüno forma parte de un experimento, un puro acto de subversión de la que la primera víctima es su hacedor, el propio Sacha. Pero quienes confundan personaje con creador serán las primeras bajas de un hacer que lleva irremediablemente a este hombre hacia un callejón sin salida. Él lo sabe y lo dice.

Sabe que con cada nuevo adicto a alguno de sus personajes, se pierde la posibilidad de volverlo a ganar. Es lo que tiene el humor que, a diferencia de la tragedia, su eficacia se deshace conforme más se repita. De ahí que Sacha Baron Cohen se precipite cada vez más hacia el lado oscuro, hacia las sombras y la paradoja.

Su humor nada tiene que ver con el lado amable de los graciosos profesionales. Sacha se adentra y traspasa el límite que a veces Jim Carrey roza; ése que los hermanos Farrelly intuyeron en algún momento. En todo caso, es el abismo que gentes como Spike Jonze, Charlie Kaufman y Michel Gondry buscan con denuedo.

El creador británico hijo de un comerciante inglés y de una emigrante siria, fruto pues de la época de la globalización, ha sido con excesiva pereza comparado con Michael Moore sin reparar en que, mientras que el reportero-provocador norteamericano utiliza el cine de como una herramienta pedestre, Sacha Baron Cohen aplica las leyes de la representación cinematográfica, conocedor/dinamitador de su genética.

En Brüno , un paso más allá de lo que Borat significó, Sacha repite el esquema argumental. Un extranjero periodista, un gay incorrecto hasta la naúsea, como en clave hetero era el citado Borat , desnuda las miserias del american way of life . Derriba algunas columnas sustanciales. Su imitación salvaje e invertida del hacer de Michael Jackson, es sólo una de las muchas líneas que el filme ensaya. Pero éste es un filme roto, desmembrado, del que se intuye que se le han arrancado fragmentos y del que se sabe está cosido con prisas. Da igual. Baron Cohen recoge el testigo de Andy Kaufman, el humorista americano del que Milos Forman hizo un biopic, tan cruel como desasosegante, de la mano de Jim Carrey. Como Kaufman, Sacha se pregunta el porqué de la risa. Y con Brüno se responde: la risa existe para sujetar la puerta de delirio, para ¿(re)parar? la entrada a la locura.

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La dignidad de la comedia

viernes, 17 de julio de 2009 Sin comentarios

Dirección: Borja Cobeaga. Guión: Borja Cobeaga y Diego San Jos. Intérpretes: Gorka Otxoa, Sabrina Garciarena, Óscar Ladoire, Kiti Manver, Julián López, María Asquerino, Michel Brown, Bárbara Santa Cruz. Nacionalidad: España. 2009. Duración: 88 minutos.


Pocos debutantes lo hacen con una experiencia tan curtida como la de Borja Cobeaga. Nació en San Sebastián, 1977, pero su biografía parece propia de EEUU. Se escribe en ella que comenzó a hacer cine cuando apenas tenía 9 años, en el jardín de su casa, con sus amigos del colegio. O sea, estamos ante una precoz querencia propia de gentes como Shyamalan. ¡No! No se está comparando a Cobeaga con el cineasta de Filadelfia, todavía estamos ante su primer largometraje; simplemente se subraya algo importante: Borja Cobeaga posee sangre de narrador y querencia de director. Pagafantas es una prueba irrefutable de que pertenece a una generación nueva y, como tal, su apuesta resulta renovadora.

Más cercana al tono de Éramos pocos que a Limoncello , Pagafantas aparece como una comedia con instinto letal, un divertimento con traje de neopreno capaz de bucear en aguas contaminadas. Dicho de otro modo, es un pretexto que se viste de frivolidad cuando en realidad habla de algo tan extraordinariamente complicado como el sexo, el deseo y el amor. Para ubicar al lector resulta obligado dotarle con referencias reconocibles, que no siempre hacen justicia a la verdadera naturaleza de lo definido. Pero si se dice que Cobeaga mezcla el buen tono de la mejor tradición de la comedia española en su vertiente más pantanosa e inquietante con el gesto postmoderno del primer Alex de la Iglesia y el desenfado de su propia cosecha de ¡Vaya semanita! , establecemos los límites del mapa en el que se contiene Pagafantas sin traicionar su sentido último. En ella hay un actor, Óscar Ladoire, felizmente unido a su personaje en una operación/resurrección que, desde el hacer de Santiago Segura con Tony Leblanc, no se había visto. Hay una actriz imparable y un protagonista capaz de bailar en el filo que separa el patetismo de lo sublime. Hay una buena historia y tan solo falta, algo impensable en alguien de tanto duende como Cobeaga, una pizca de ambición y algo más de trabajo. Eso hace que algunos personajes se diluyan sin que aflore su razón de ser y que lo que ya de por sí resulta notable no llegue a lo sobresaliente.

Nada que no se pueda remediar en su segundo asalto. Este lo gana con fuerzas sobradas.

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Sensibilidad y prejuicios

viernes, 17 de julio de 2009 Sin comentarios

Dirección: Yôjirô Takita. Guión: Kundo Koyama. Intérpretes: Masahiro Motoki, Ryoko Hirosue, Tsutomu Yamazaki, Tetta Sugimoto, Takashi Sasano, Kazuko Yoshiyuki, Kimiko Yo. Nacionalidad: Japón. 2008. Duración: 131 minutos.

Al día siguiente de ganar el Oscar, medio mundo se lanzó a bucear en la ¿desconocida? historia de Yöjirö Takita. Pocos habían reparado hasta entonces en Despedidas , película a la que se daba como convidada de piedra en una ceremonia que debía ser ganada por La clase o por Vals con Bashir . Pero a veces los veteranos miembros de la Academia de Hollywood dan lecciones al mundo. Tras la sorpresa por la decisión, la cuestión era: ¿a quién habían dado el Oscar a la mejor película en lengua no inglesa de 2008?

Veamos. Nacido en 1955 y director de más de cuarenta títulos, algunos de ellos tan solventes como La espada del samurái y Los maestros del Ying y el Yang , el perfil de Takita responde fielmente al de buena parte de los cineastas que cultiva la industria del cine japonés. Takita, como otros compañeros de generación, aprendió el oficio dirigiendo cine pornográfico. Se trata de una especie de universidad de la calle, una escuela de dirección sin glamour ni vanidad, que pone a prueba egos desmedidos y convierte a estos profesionales en realizadores expertos. Como un cineasta del Hollywood clásico y dorado, Takita alterna géneros, tiempos y retos con una sola cortapisa: hacerlo perfecto o, si no se puede, al menos hacerlo lo mejor posible.

En Despedidas , filme en el que se relata que, pese a los prejuicios de la sociedad, no hay trabajo indigno sino personas despreciables, Takita da un recital de oficio y talento. Su filme, la historia de un violonchelista en paro que, obligado a renunciar a sus sueños, regresa a su tierra natal para empezar a trabajar en una empresa que se dedica a «preparar» a los muertos, se conduce con sutileza y humor para hablar sobre la estupidez de los prejuicios.

Circula la creencia de que las grandes películas son aquellas que cuentan con grandes secundarios. No es del todo exacta. Grandes son aquellas obras en las que su narrador sabe de la importancia de los pequeños gestos y cómo éstos se esconden en los personajes que permanecen en el fondo del plano. Y eso es lo que hace noble este filme de temblores y afectos. Conformar un retrato coral que se sirve de la muerte y sus ritos para reivindicar justo lo contrario: la vida y la libertad de enfrentarse a ella por encima de los convencionalismos.

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El ‘freakie’ que perdió la gracia, el norte y el talento

viernes, 26 de junio de 2009 Sin comentarios

Dirección y guión: Kevin Smith. Intérpretes: Seth Rogen, Elizabeth Banks, Traci Lords, Jason Mewes, Ricky Mabe, Craig Robinso y Katie Morgan. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 101 minutos.

La historia del Arte se ha escrito con leves movimientos, gestos apenas perceptibles que alumbraron radicales transformaciones. Ya lo saben: un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad. Por ejemplo, hace 2.500 años, alguien se atrevió a mostrar por primera vez un pie visto de frente. Hasta entonces, el Arte Egipcio había mantenido unas férreas normas de representación. Fueron siglos de esplendor faraónico regidos por rigurosas normas fielmente cumplidas por artistas anónimos. Por eso mismo, el salto hubo de ser ejecutado por un artista de cuyo nombre no hay noticia cierta. Bastó con que ese pintor osara mostrar un pie que se atrevía a girar noventa grados con respecto a la forma tradicional. Ese pie visto en las vasijas 500 años antes de que llegara Cristo, apenas estaba constituido por cinco torpes circulitos pero, con ellos, aparecían los cinco dedos del pie hasta entonces nunca mostrados. Y con esos cinco círculos el Arte entró en lo que autores como E.H. Grombrich bautizaron como el gran despertar .

Por cierto, cuánto hubiera agradecido si en lugar de permanecer despierto hubiera conseguido dormirme durante los inacabables, soporíferos y repelentes 101 minutos de¿Hacemos una porno?

No obstante, por respeto a la profesión, acostumbro a permanecer en la sala en vigilia hasta el final del filme, en este caso aviso que, tras los créditos se incluye un chistecillo , generosa calificación de lo que nunca muestra el más mínimo ingenio.

La referencia de apertura obedece al deseo de manifestar lo difícil que ha sido para el ser humano evolucionar el lenguaje artístico y lo fácil que puede ser, a la vista del caso Kevin Smith, convertirse en un peligroso analfabeto. Causa desconcierto y dolor confirmar que el autor de ¿Hacemos una porno? es el mismo director que en 1994 debutaba con un ácido blanco y negro titulado Clerks . Cierto es que, para su desesperación, Kevin Smith nunca logró mejorar su ópera prima, al contrario, título a título, Smith ha ido disolviéndose en un proceso pernicioso. Cuanto peor era su siguiente película, más se irritaba con los periodistas cinematográficos, más diatribas lanzaba contra la crítica y menos respeto mostraba por el público.

¿Sobredosis de vanidad? Sí, y de alguna cosa más probablemente. Coetáneo de Quentin Tarantino, graduado por la Marvel en el tema de los superhéroes y doctorado en Star Wars y Tiburón , Lucas y Spielberg son sus dioses pero casi nada de ellos se le ha pegado. Carente de la brillantez visual del autor de Pulp Fiction , Smith se limita a incurrir en excesos verbales con la coartada de su dominio de la subcultura freakie . Tanta referencia para hacer de Zack and Miri make a porno , un filme cuya naturaleza está más cerca de Casi 300 y Scary Movie que del primer Clerks que hizo creer que allí había un cineasta prometedor.

Si lo hubo, aquí no tenemos noticia alguna de él. Por el contrario, todo en esta horrorosa caricatura se reduce a ingeniosas tonterías como hacer un filme porno inspirado en La guerra de las galaxias y titularlo La guarra de las galaxias , correcta traducción de Star Wars y Star Whores . ¡Qué risa!

Kevin Smith y esta película son la evidencia de dos lecciones. Una, que lamentablemente un cineasta listo puede acabar convertido en un insufrible juntaplanos. Y dos, que no es patrimonio español rodar engendros contra los que sólo hay que lamentar que ocupen un lugar en las salas de cine dejando fuera títulos infinitamente más dignos. Hay una tercera enseñanza en este filme que ni es porno ni es cine: constatar que el penoso declive que campa en las salas comerciales avanza sin remedio.

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Bienvenidos a Minnesota

viernes, 26 de junio de 2009 Sin comentarios

Dirección: Jonas Elmer. Guión: Kenneth Rance y C. Jay Cox. Intérpretes: Renée Zellweger, Harry Connick Jr, J.K. Simmons, Siobhan Fallon Hogan y Frances Conroy. Nacionalidad: EEUU. 2009. Duración: 96 minutos.

Renée Zellweger pertenece a una estirpe de actrices en edad difícil y en situación delicada. Su caso no es nuevo, ya lo hemos visto y lo seguimos viendo en profesionales como Sandra Bullock, Meg Ryan y tal vez con Julia Roberts y Michelle Pfeiffer. Hace unos años Meryl Streep, probablemente una de las más grandes y quien mejor ha sabido sortear este peligro en los últimos tiempos, lo describía sin acritud pero sin tapujos: Hollywood es cruel con las mujeres. A partir de cierta edad, decía la protagonista de Los puentes de Madison , no hay buenos papeles para las buenas actrices. A ellos se les permite seguir haciendo de protagonistas aunque ya no cumplirán los 60 años. ¿Se trata de la detestable misoginia de los ortodoxos judíos? No, por fortuna los judíos que dominan el negocio del cine pertenecen al ala liberal, menos permeable a la cábala que al we can de Obama. Se trata más bien de ese machismo universal que corroe las cinematografías de todo el mundo.

Repudiemos pues esa falta de inteligencia, sensibilidad y respeto que muestran los magnates del cine ante este tema. Pero aún inclinados a cargar con el enojoso peso de la discriminación positiva en el vía crucis de nuestro machismo, pocas cosas resultan tan penosas como perder el tiempo viendo los mohines adolescentes de la (in)madura Zellweger. En películas como ésta, nuestra solidaridad ya no puede estar del lado de la estrella agraviada sino junto al pobre director de fotografía atormentado por la necesidad de ocultar lo que el paso del tiempo inscribe allí donde debe ser inscrito lo que se ha vivido. Ejecutiva en apuros parte de parecido ardid al que hizo triunfar Bienvenidos al Norte . Una feroz ejecutiva ambiciosa y rubia debe dejar momentáneamente Miami para, en Minnesota, reducir una planta de alimentación a su mínima expresión. Allí, golpeada por el frío del norte, rodeada de brutos simpáticos y secretarias de fe en el Todopoderoso, se las verá con un musculoso delegado sindical. Guerra de sexos y lucha de clases, nueva reedición del viejo episodio secesionista que nos recuerda que actrices como Katharine Hepburn sabían envejecer con dignidad. Porque, tal vez, ese ser o no ser no depende del sexo sino del seso. En ese caso, Renée Zellweger no tiene remedio.

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Animación en estado Disney

viernes, 26 de junio de 2009 Sin comentarios

Dirección: Miquel Pujol. Guión: Miquel Pujol e Ibán Roca Font; basado en un argumento de Miquel Pujol. Música: Manel Gil Inglada; canciones interpretadas por Nina. Nacionalidad: España. 2008. Duración: 85 minutos.

Detrás de Mikel Pujol, director de este filme, hay un equipo sólido, solvente, con las ideas claras y el camino bien trenzado. Posee, es cierto, un referente, un modelo claro: el cine de la Disney, ese cine que no desaprovechaba los personajes secundarios y que mezclaba en coctelera de oro tramas y subtramas para reelaborar la misma bebida sin que nadie fuera consciente de que estaba bebiendo/viendo lo mismo. Daba igual que se repitieran planos, personajes e incluso secuencias enteras, era cine clásico, cine grande.

Cher ami es lo que los anglosajones describen como un trabajo de amor, eso que entre nosotros llamamos una empresa de chinos. Cuestión de (in)culturas y problema de generosidad y esfuerzo. El caso es que durante años Mikel Pujol y los suyos han limado dibujo a dibujo, palabra a palabra, gesto a gesto lo que no oculta la devoción que Pujol siente por la animación que en los años 40, 50 y 60 hizo de la Disney un referente mundial.

Ahora que Pixar ha asumido salvar del naufragio el imperio Disney, perdido por la prepotencia y la falta de talento, Pujol reedita el libro de estilo de Walt Disney y da una lección de cómo es posible regenerar viejas fórmulas sin incurrir en lo ya visto. Probablemente Cher ami resucita el mejor Disney tras el descalabro que el sello sufrió durante los años 90. Pero Cher ami carece de la máquina propagandística del imperio de Mickey Mouse y su capacidad de llegar al público es limitada. Por eso mismo, Mikel Pujol ha escrito su historia con un trasfondo francés, tal vez el país europeo más sensible a la animación, y con guiños norteamericanos.

Ambientada en la Primera Guerra Mundial y con una coartada histórica real, Cher ami canta al heroísmo y la amistad y lo hace con un buen plantel de pequeños y saludables personajes. La ventaja de dedicar mucho tiempo a un proyecto así, es que el guión se ve enriquecido por multitud de buenas ideas al mismo tiempo que la acción se desprende de los ensimismamientos y los tiempos muertos. Pero es que, además, en Cher ami no sólo se presiente el legado de Disney sino que también la sombra de Miyazaki se asoma en muchos momentos. De ese modo, con pocos medios y bastante talento Cher ami muestra un alto orgullo y logra divertir.

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Crónica negra de la Iglesia del franquismo

viernes, 19 de junio de 2009 Sin comentarios

Dirección: Elio Quiroga. Intérpretes: Ana Torrent, Francisco Boira, Héctor Colomé, Rocio Muñoz, Alfonsa Rosso y Alejandra Lorenzo. Nacionalidad: España. 2008. Duración: 94 minutos.

EN 1973, Víctor Erice, escoltado por Elías Querejeta y con Fernando Fernán Gómez al frente del reparto, presentó uno de esos filmes que siempre aparecen entre los mejores títulos del cine español de todos los tiempos: El espíritu de la colmena . Su hegemonía resulta inapelable, de ahí que sea un filme citado de manera constante por todo el mundo. Pero ante citas tan excesivas, cabe sospechar que no todas se han tomado la molestia de analizarlo. Ocurre con los cánones culturales, que muchos citan no el texto original, sino lo que otros han citado. Elio Quiroga, director de No-Do pertenece, a la vista de su filme, a quienes sí parecen conocer El espíritu de la colmena . Tanto, que a él acude para conformar esta película que se adentra en el thriller fantástico. ¿Por qué? Entre otras cosas porque existe una continuidad, un gesto en la mirada que abrocha la mirada de la Ana Torrent que en el filme de Erice tenía siete años, con la que ahora representa a una madre desgarrada por el pánico de la muerte. En ambos casos, además, sus personajes viven solos sin parecerlo.

El despegue de No-Do , referencia explícita a aquel noticiario del régimen franquista que se arrogaba el poder de poner el mundo entero en las manos de los españoles, resulta sugerente. Quiroga excava en la fosa de las catacumbas del franquismo y la Iglesia española. En el mundo subterráneo de los excesos de la fe, el de los estertores de la Inquisición. En ese paisaje hundido, hurga entre los restos de aquel naufragio intelectual y fanático construido por exorcistas enloquecidos, prodigios milagreros, autos de fe, mártires, torturas y perversiones con querencia por lo nefando.

En algún modo, No-Do se puede percibir como una nueva incursión en esa cartografía donde El orfanato , Los Otros , REC , Frágiles , Los sin nombre e incluso El laberinto del fauno han redimensionado ese cine español tan pegado al constumbrismo de caspa y boina, tan necesitado de respirar aires fantásticos. Para ello, Quiroga aporta una carta singular, un pretexto sugerente: desempolvar los archivos secretos del No-Do para bucear en ese material prohibido de aquella España crédula e ignorante que llenaba la última página del diario Pueblo con sucesos extraordinarios y fenómenos como los de Fátima, por el que niños inocentes eran usados como vía de comunicación por vírgenes, dioses y diablos.

En este caso, más cerca de los demonios que de los ángeles, Quiroga, que arma bien su arranque y que retoma la mirada siempre quebrada que dejó herida a Ana Torrent cuando Erice le mostró que detrás del monstruo de Frankenstein se escondía un terrible vacío, amaga bien pero no resuelve, percibe pero no recibe, se asoma pero no penetra en un sugerente terreno propicio para desmontar la farsa política, la mentira religiosa y la ruina de la superstición.

En su lugar, el autor cede al género, pero no a los excesos y la provocación, no al disparate que dio a Jess Franco su pasaporte internacional al olimpo de los freakies , sino al de una solvente factura técnica que prefiere seguir los pasos de Amenábar sin el poder manipulador que posee el autor de Mar adentro . De ese modo, No-Do no desentierra las momias del poder político aunque narre y muestre su guante manipulador. En lugar de penetrar en la denuncia social, cede el testigo a lo anecdótico para optar por un paso a dos, entre una madre visionaria y un cura bueno con sentimiento de culpabilidad. Sus caminos se cruzan para resolver un caso de niñas fanáticas y virgen negra; sus caminos se pierden en lo genérico y en lo previsible. Entre lo inquietante que permanece y el susto que salta y pasa, No-Do se rinde a esto último.

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