La cruz de ‘Fargo’
Dirección: Ethan y Joel Coen. Intérpretes: Tommy Lee Jones, Javier Bardem, Josh Brolin, Woody Harrelson, Garrett Dillahunt, Kelly Macdonald, Tess Harper. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 122 minutos.
Cargan los Coen al azar, ese cordón umbilical que une su última película con Fargo . Le restan importancia a sus simetrías y niegan una intencionalidad consciente en ese juego de paralelismos que, de manera obvia, entrelaza ambas películas. Su reticencia es comprensible. Buñuel se pasó media vida contradiciéndose a sí mismo para zafarse del acoso de sus analistas. John Ford sacaba sus genes irlandeses para negar desde la ironía a quienes formulaban complejas lecturas críticas sobre sus películas «del oeste». Y a Hitchcock tampoco le gustaba enfrentarse a sus propios fantasmas. Es obligación del autor renegar de lo que su obra desgarra y ocultar lo que ésta permite entrever.
El caso es que No es país para viejos puede verse como la cruz de Fargo , la otra cara de una misma historia. ¿Cuál es esa historia? La de la América profunda, una suma de estados arracimados en torno a una herida nuclear. Una llaga que lo fundamenta como un país obsesionado con un sueño, sueño que a menudo deriva hacia la pesadilla de una violencia irracional, salvaje y sanguinaria. Lo recordaba en Brother el Kitano más irónico, que enfrentaba en un duelo letal la crueldad yakuza con la ira americana. Su conclusión, evidente. La ira es cosa de Dios y esa ira es lo que recorre este país no apto para viejos. Si lo prefieren, lo llamaremos EEUU.
Volvamos a los Coen. También decían que les preocupaba el tratamiento heterodoxo de la historia de Corman McCarthy y cómo su ruptura con el tradicional relato de Hollywood podría defraudar al público. Sabían que ése es el precio que se debe pagar a cambio de ser coherentes con lo que el texto reclama. En este caso, el texto, que si bien no es suyo sí ha sido elegido por ellos y reescrito por ellos, reclama una angustiosa sensación de desamparo.
Desde el primer plano de lo que se tilda de western crepuscular, demasiado abstracto para pertenecer a un género tan definido, las cartas se muestran boca arriba. Como en Fargo , y de ahí que se vuelva a ella, la sombra de la muerte se proyecta sobre el espacio vacío. En ambos casos, la mirada perpleja de los representantes de la ley impone su extrañamiento. En algún modo, el sheriff Bells (Tommy Lee Jones), cuya voz repica un dolor existencial, podría ser el padre de la policía Gunderson (Frances McDormand). Ambos se ven atravesados por algo que los supera, que no entienden y que les quiebra desde lo más profundo. La diferencia esencial reside en un detalle definitivo. Mientras que Marge combate el horror del crimen con el estremecimiento del hijo que lleva en sus entrañas, Bells camina hacia la jubilación, su tiempo de héroe pasó y llega cuando se enfrenta a un asesino al que no entiende.
Ese asesino le debe todo al magnetismo animal de Bardem, una especie de ángel exterminador -¿la negación del Teorema pasoliniano ?- que se pasea por un relato cosido con abundantes silencios y lleno de detalles no explicados en su seno. Lo relevante no es lo que pasa sino qué está pasando, grita el filme de los Coen. Un texto fílmico en el que se reconoce a David Lynch, sorprendente manera de que los creadores de Sangre fácil converjan con él.
No hay que olvidar que el filme debe su título al poema de Yeats que dice así: «Un hombre viejo no es más que una cosa miserable / Un abrigo andrajoso sobre un bastón, a menos / que el alma aplauda y cante, y cante más fuerte…». Y eso, cantar con un extraordinario cine inquietante, dolorido y fascinador es lo que hacen los hermanos Coen. Combatir la mordedura de la vejez de un mundo que da síntomas de un peligroso envilecimiento.