Los delirios de la ira
Con un mal gesto se precipita la pesadilla que sufre en primer plano el infeliz protagonista de esta película. Como una cerilla que prende un polvorín, Tzahi Grad construye un cuento terrible y pedagógico sobre los peligros de la ira, la mala educación y la violencia. Lo mejor de este filme de pabellón israelí es que evita los lugares comunes ya visitados por otros muchos títulos. Sabe evitar el discurso político y/o religioso sin dejar por ello de alumbrar el verdadero germen de la violencia. Con la lucidez del costumbrismo cínico del Berlanga de los años 50 y 60 y el vitriolo manierista y pre postmoderno del Sergio Leone de los 70, Tzahi Grad pone en escena la vieja creencia de que el mejor antídoto para superar un complejo es verbalizarlo y reírse de él. En ese sentido, su retrato es demoledor.
Lejos de los pírricos esfuerzos de equidistancia que han asumido otros cineastas, el equipo de Mal gesto radiografía con retortijones de desesperación la sociedad civil israelí. Aquí la amenaza no se esconde en los burkas del terrorismo fundamentalista. Con ellos, se permite Grad una broma macabra cuando lleva al hombre ridículo, padre de familia desocupado y sin autoestima a un desopilante trato. Vende banderas judías a los palestinos a cambio de armas, para que éstos las quemen en sus manifestaciones contra Israel.
Sin un átomo de gratuidad, Mal gesto no desaprovecha su análisis sobre la enfermedad social que aqueja a la sociedad israelí y quizá a todo Occidente. La conclusión es demoledora. Este paciente que se protege con murallas y bombas del enemigo palestino vive en su interior un desmoronamiento ético y político preocupante. Con humor emponzoñado y brotes de violencia psicótica, el infeliz protagonista de Mal gesto recorre una peligrosa escala hacia la venganza propia de Park Chan-wook.
Deseoso de mostrar cierta dignidad ante un evidente abuso de fuerza y violencia, el filme mueve los engranajes de la frustración social, el miedo y la corrupción. Con ellos se sustenta un infierno sin salida. Angustiosa, corrosiva, brillante y, finalmente, excesiva hasta el desconcierto, su negro humor es de los que no se olvidan.