Del engaño, la traición y la mentira
Dirección: Billy Ray. Guión: Billy Ray, Adam Mazer y William Rotko. Intérpretes: Chris Cooper, Ryan Phillippe, Laura Linney, Dennis Haysbert, Caroline Dhavernas y Gary Cole. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 110 minutos.
Hay una secuencia en El espía , cuando la película encara su último tercio, que insinúa lo que podía haber sido y no lo es: un inteligente ensayo sobre la mentira. Está resuelta en un par de minutos. En ella, Robert Hanssen (impecablemente encarnado por Chris Cooper) es traicionado por su subordinado Ryan, quien no duda en abrir el sobre que éste le ha entregado. Cuando, lleno de asombro, contempla lo que hay en su interior, irrumpe su novia quien, a su vez, se sirve de una argucia para quedarse sola en la casa y a su vez traicionar a su novio para ver qué es lo que éste le oculta, y que, en cierto modo, es la prueba de la vileza de su trabajo: engañar a quien se le confía. Para cerrar esta exaltación de la falsedad, lo que asombra a Ryan y descompone a su novia, no es sino una inexplicada traición de Hanssen que exhibe de manera gratuita su intimidad conyugal con su propia esposa.
Lamentablemente Billy Ray, director que antes fue guionista, se encuentra demasiado maniatado por el material de partida: el caso del último gran espía detenido hace 6 años y protagonista de un escándalo de grandes proporciones. Vuelve a ocurrir que la letra de lo real deja sin palabras al guionista de la ficción y lo que es peor, dada la escasa información que se tiene sobre la verdad, reduce todo a máscaras de cartón-piedra.
Es cierto que Ray se conduce con modélica austeridad. Su filme se desentiende de la acción para fijarse en la introspección pero ésta, sin apenas realidad que la sustente, se transforma en una hueca liturgia. Y es que hay demasiados silencios inexplicados en el perfil de Hanssen. Un fervoroso creyente católico, miembro del Opus Dei y uno de los pesos pesados del FBI, condenado a cadena perpetua por alta traición al entregar secretos y camaradas a la URSS. Con ello, se impone la sospecha de que el retrato de Hanssen ha sido prefabricado por aquellos a quienes traicionaba. Así, sus perversiones sexuales y su fervorosas creencias, tal y como aquí se muestran, chirrían y con ello disuelven su credibilidad ante un personaje que siempre aparece excesivamente maquillado. Como si Ryan, inconscientemente, subrayase ese tono de farsa en el que se ahoga su película.