¿Quién es el culpable?
Dirección y guión: Christopher Zalla Intérpretes: Armando Hernández, Jorge Adrián Espíndola, Jesús Ochoa, Leonardo Anzures e Israel Hernández Nacionalidad: EEUU. 2007 Duración: 110 minutos
Christopher Zalla comenzó a construir Padre Nuestro el once de septiembre de 2001. Por cierto podría dedicarse un ciclo a esa fecha y aglutinar todas las películas que directa o indirectamente han sido influidas por el dantesco holocausto vivido en las Torres Gemelas. Ya lo decía Welles, allí donde reina la paz y el orden, él hablaba de Suiza, no crece la creatividad. No es el caso del primer largometraje de Zalla, en cuya película se adivinan influjos interesantes, nombres grandes y ambiciones que saben del riesgo. El filme comienza y termina con dinero, papeles arrugados con los que se compra la vida y se decide la muerte. El entremedio, es decir, todo su contenido formal, lo ocupa una larga agonía.
Padre Nuestro está filmada en los suburbios neoyorquinos. Sus protagonistas son espaldas mojadas que como muertos vivientes tratan de aferrarse a la vida. Hay algo de Welles en este drama de un padre que hace tiempo que olvidó a su hijo, resentido por el engaño y herido por el adulterio. Y hay algo de tragedia edípica en sus dos jóvenes protagonistas; el hijo que busca al padre perdido con el mandato de perdón recibido por la madre moribunda, y el impostor marcado por un mal padre, lo que parece haberle convertido en el peor hijo. Ese sanguinario superviviente para quien no hay límite, o peor aún, que carece de sensibilidad y sentido, representa el detonante de la fatalidad.
Zalla insiste en que su mayor preocupación era mostrar unos personajes de perfiles complejos y moral resbaladiza. Es decir, se proponía construir un discurso que regatease lo maniqueo para propiciar una mirada más profunda sobre la culpa y la responsabilidad. Y es en esta reflexión donde se enlaza con la pesadilla del 11-S.
Como la oración de la que toma el título, Padre Nuestro pretende ser comprensivo con todos los personajes para quienes se pide perdón. De ahí que estén dibujados con un extraño afán de equidistancia. En esa salomónica disposición es donde Zalla, que apunta un terrible retrato social, evidencia una incómoda ingenuidad. Ese deseo conciliador e igualitario acentúa los guiños arquetípicos, pero le resta autenticidad.