La sabiduría del campo
Dirección: Jean Becker. Intérpretes: Daniel Auteuil, Jean-Pierre Darroussin, Fanny Cottençon, Alexia Barlier, Hiam Abbass, Élodie Navarre. Nacionalidad: Francia. 2007. Duración: 109 minutos.
El cine de Jean Becker se acerca a su medio siglo de existencia. Debutó al mismo tiempo que la plana mayor de la Nouvelle Vague . Pero él era un francotirador, un superviviente cuya carrera, en su mayor parte, carece del valor mítico de la de sus coetáneos cahieristas . En sus comienzos hacía un cine ligero con Jean Paul Belmondo. En 1983 se inventó un Verano asesino del que todavía se guarda grato recuerdo, especialmente por la desvergonzada presencia de Isabel Adjani. En 1998, parecía encontrarse en el camino de la serena madurez cuando La fortuna de vivir le dio un reconocimiento popular.
Conversaciones con mi jardinero apunta, como sus últimas producciones, hacia un cine sosegado, retórico, con el regusto de los vinos viejos. Podría adaptarse sin demasiados problemas a un escenario teatral. Faltaría el tercer protagonista, el paisaje, pero eso en un escenario hace tiempo que dejó de ser fundamental.
Basado en la novela de Henri Cueco, quien a su vez la escribió admirado por la personalidad de su jardinero, Becker tuvo que reconstruir la figura del pintor, para conformar un paso a dos entre dos viejos amigos que cuando se reencuentran ya lo habían olvidado. Lo paradójico de este amable filme reside en que lo mejor del mismo se gesta en el contraste entre sus dos principales actores, Daniel Auteuil y Jean-Pierre Darroussin. Uno es actor acostumbrado a recorrer un amplio arco interpretativo. El otro, casi siempre ha desarrollado un personaje, el que Robert Guédiguian creó casi como un alter ego. Pero decimos paradójico porque sobre él late la duda de pensar cómo hubiera sido si no hubiera muerto Jacques Villeret, actor para el que se escribió el primer guión.
¿Mejor?¿Peor? Sin duda, distinto. Con estos actores, todo adquiere un aire contenido, de representación naturalista, con la sensación de ver a dos escuelas interpretativas que, a su vez, representan dos maneras de percibir el mundo. Lo prodigioso es que a los actores del filme les pasa un poco como a los personajes, que pese a sus enormes diferencias iniciales, al final convergen en el entendimiento. Entenderse no es cosa de ser parecidos, sino de saber ser generosos.