La garantía de lo prefabricado
Dirección: Tony Scott. Guión: Brian Helgeland; basado en la novela de John Godey. Intérpretes: Denzel Washington, John Travolta, John Turturro, Luis Guzmán, Michael Rispoli, James Gandolfini, Ramón Rodríguez. Nacionalidad: EEUU y Reino Unido, 2009.
En los primeros compases de este filme con sabor a remake y con título rítmico se condensa lo mejor del mismo. Lo que viene a continuación, los más veteranos, aquéllos que todavía creen que el cine de los años 70 no fue tan malo, se lo saben. El recuerdo del hacer de Joseph Sargent, con Walter Matthau y Robert Shaw en los personajes que ahora asumen Denzel Washington y John Travolta, será para ellos un lastre difícilmente soportable. Pero se trata de un lastre de alcance menor, porque la mayor parte de los espectadores que irán a ver el último trabajo de Tony Scott no habían nacido cuando el duelo Matthau-Shaw impregnaba los túneles del metro neoyorquino de una tensión preñada por la angustia existencial que el desmoronamiento del espíritu pop de los 60 acumuló en forma de frustración, madurez y estornudos .
En esos primeros compases, Tony Scott, efectista narrador que al contrario que su hermano Ridley jamás ha tratado de demostrar mayor hondura que la de hacer un cine sólido y eficaz, puro artificio al servicio del entretenimiento, mueve a sus protagonistas como si fuesen actores que se dirigen hacia el teatro. Sólo que ese espacio interpretativo no se encuentra en los escaparates engalanados de Broadway, sino en los subterráneos del metro de Nueva York. Son los preámbulos de una normalidad que ya no volverá a verse porque, instantes después, todo se debe al género policiaco; todo cultiva esta especie de atraco, siempre imperfecto, que alimenta un choque de trenes.
Ya lo han adivinado. A un lado Travolta, empeñado en sostener con perverso afán psicópatas que nunca se desprenden del touch de Tarantino. Al otro, Denzel Washington, definitivamente perdido para el mal, pero empeñado en hacer el bien con desaliño como si así su talento actoral, como hace Russell Crowe, pareciera mejor. Ellos asumen el duelo que la novela de John Godey presenta como un pulso tenso, duelo que Scott sacrifica en parte porque prefiere jugar con la imagen y con los últimos adelantos técnicos tanto detrás de la cámara como delante. Como la batuta es suya, este remake se decanta por la acción frente a la interacción, sin que eso disipe el peso de un cine que sacrifica lo personal a cambio de garantizar lo genérico.