El delirio del vacío
Dirección: James Marsh. Intervenciones: Philippe Petit, Jean-Louis Blondeau, Annie Allix, Jim Moore, Mark Lewis, Jean-François Heckel, Barry Greenhouse, David Foreman y Alan Welner. Nacionalidad: Reino Unido y EEUU. 2008. Duración: 94 minutos.
El 7 de agosto de 1974, seis días antes de cumplir 25 años, Philippe Petit, el último funambulista errante del mayo del 68, se paseó por un cable, a 450 metros de altura, tendido entre las Torres Gemelas de Nueva York. Para entonces, Petit gozaba de una cierta reputación. Además de ser un brillante artista del alambre dotado de un prodigioso sentido del equilibrio, había inventado un personaje en el que la mímica y la prestidigitación adornaban una personalidad provocadora e insolente. No se podía negar, Petit era un hijo de su tiempo y en ese tiempo los hijos corrían muchos riesgos; tantos que ninguna caja de ahorros les daba crédito.
Cuando celebramos 34 años de aquella acción, cuando en el lugar de las Torres Gemelas sobre las que Petit colocó su pasarela a la ¿gloria? sólo queda la huella de una ausencia y el horror/dolor de una masacre, James Marsh rememora como si fuera Atraco perfecto la disparatada empresa de Petit y sus amigos. Echa mano al contrapunto barroco de un Michael Nyman que aquel 1974 daba vida a la Experimental Music: Cage and Beyond.
La cuestión es que a Man on wire le han llovido premios. Merecidos, pero no tanto por lo que muestra sino por lo que sugiere. Sus virtudes no descansan en las declaraciones que atesora sino en las sombras y silencios que esconde. Evidentemente Marsh ha levantado su filme con la complicidad del propio Petit e inspirado por su libro autobiográfico, Alcanzar las nubes . Es decir, Marsh se ha movido por el estrecho margen impuesto por la presencia de Petit y sus compañeros, lo que provoca que su reconstrucción de los hechos se llene de agujeros y ofrezca el roto de alguna incongruencia. Da igual. Al asumir este reto, Marsh ha sabido eludir la tentación de evocar el 11-S, por más que éste nos estremezca, y no se agota en el puro espectáculo. Cierto, el vuelo de Petit conmociona por extraordinario y vertiginoso. Y con él, Marsh acentúa lo inquietante de esa contradicción: hace falta un sólido equilibrio emocional para afrontar un delirio tan disparatado. Así, con ser impresionante lo que las imágenes rescatan, su grandeza reside en la amarga lección sobre el éxito que forja y en esos pliegues oscuros, callados y llorados de quienes lo hicieron posible sin recibir nada.