El deber y la amistad
Dirección: Kevin Macdonald. Intérpretes: Russell Crowe, Ben Affleck, Helen Mirren, Rachel McAdams, Viola Davis, Jason Bateman y Robin Wright Penn. Nacionalidad: EEUU y Reino Unido. 2009. Duración: 132 minutos.
Cuando los títulos de crédito dan cuenta de que La sombra del poder ya ha apagado todas sus luces y con ello la historia ha concluido en el corazón de una rotativa, filmada con la misma fascinación que lo hacia la Warner en los años 40, emergen las dudas: ¿dónde se posiciona ideológicamente este filme?, ¿qué es lo que realmente esconde detrás de ese disfraz de reflexión sobre la prensa y su capacidad de denunciar la corrupción del poder político? y, finalmente, ¿le interesa de verdad desnudar el problema del poder militar y los cuerpos especiales profesionalizados o se trata todo de un simple pretexto?
Reconstruida a partir de una serie de éxito producida por la BBC , Macdonald ha envasado en un formato de dos horas lo que correspondía a seis capítulos convencionales, es decir, ha reducido su duración en más de un 70%. Sin embargo, no parece que sea eso lo que le resta claridad a la trama, puesto que se mueve en el terreno del thriller convencional de los años 90. Todo arranca con un asesinato. Hay un muerto, la víctima buscada, y un herido grave, un ciclista anónimo convertido en testigo de cargo. Hacia el lugar del crimen acude Russell Crowe convertido en un reportero desaliñado, pasado de peso y sobrado de greñas. Un veterano tribulete más listo que el aire que lía al detective de la Policía, al que trata con una superioridad más propia del actor que del personaje que interpreta. Por lo demás, salvo su ubicación en el tiempo presente, todo parece diseñado de modo anacrónico.
El núcleo central de las dudas existenciales que corroen al personaje de Russell Crowe descansa en una única y decisiva cuestión: ¿es lícito mezclar la amistad con el deber? Para sustentar esa incertidumbre, La sombra del poder desarrolla una laberíntica estrategia dedicada a aplicar sospechas caprichosas sobre los personajes en lugar de ahondar en la denuncia política que prometía en su arranque. Epidérmica y banal, la cinta pierde intensidad conforme se adivina su alta hipoteca al servicio del casting . Lo insólito es que sobre ella se hayan insinuado influencias nobles al estilo de Todos los hombres del presidente . No lo crean. Además ni siquiera su buena factura técnica logra mantener a flote un guión huérfano de hondura y talento.