Indecisiones y sueños
Dirección: Félix Viscarret. Intérpretes: Alberto San Juan, Emma Suárez, Julián Villagrán, Violeta Rodríguez, Luz Valdenebro y Amparo Valle. Nacionalidad: España. 2007. Duración: 108 minutos.
Cuando alguien, en una adaptación respetuosa con el contenido original, cambia un título, aunque sea sólo por razones comerciales, está enmendando el sentido del texto que representa. Es obvio que, si cruzamos el significado de El trompetista del Utopía con la sugerencia que fluye del renombre de Bajo las estrellas , hasta el más despistado de los recién examinados del proceso de Selectividad podría decir algo. Diría, por ejemplo, que se ha cambiado el protagonismo del sujeto, un músico de un local llamado, no por casualidad, Utopía, por una abstracción que engloba a la humanidad. Pues ¿qué si no hemos de entender habita con capacidad de saberlo Bajo las estrellas ?
Se nos podría decir que tal afirmación exagera, que se trata simplemente de un homenaje a una vieja canción de jazz, de una búsqueda de más eficacia comercial, incluso del deseo de arrebatarle al escritor su historia para diferenciar la película del papel escrito. ¿Lo creen? Todo es posible pero, a la vista del filme, lo cabal es pensar que Viscarret y Trueba saben -y lo avisan- que entre novela y película hay una diferencia sustancial.
Lo que en la novela de Fernando Aramburu reclamaba subjetividad y concreción, en la película de Viscarret parece clamar una suerte de descreimiento. En un caso, hay una mirada inscrita en la modernidad, en el otro, hay una aspiración de postmodernidad. En ambos, la anécdota es la misma, un padre (requeté) agoniza y, al reclamo del duelo y la llamada de la herencia, el hijo pródigo regresa. Con parecido argumento, Miwa Nishikawa se presentaba hace unos meses en el festival de Valladolid con un filme exquisito que bajo el título de Yureru (Indecisión) ahondaba en la idea del retorno imposible.
Poco, nada más bien, hay en Bajo las estrellas de la sutileza y el ritual del deber y del querer que sustentaba al filme japonés, pero ambos títulos se ven atravesados por una idéntica sensación de melancolía. Lo que ocurre es que Viscarret realiza un arabesco extraño, un maridaje imposible entre una road-movie a la americana y el costumbrismo de comedia de aldea a la navarra.
Curiosamente, con la ración de casticismo estellés y chascarrillos del Ega, Viscarret y Trueba parecen sentirse más felices que con los destellos de hondo drama existencial que reposa en los personajes de Bajo las estrellas . Los primeros levantan risas, los segundos permiten entrever la altura de un narrador capaz de adentrarse allí donde rara vez el cine llega. Hace años, cuando era un prometedor cineasta, Trueba confesaba que echaba mano de la comedia porque su timidez le impedía hablar solemnemente de cosas trágicas. Se perdió un solvente cineasta apenas entrevisto en obras como El sueño del mono loco para ¿ganar? un empresario polivalente. Lo mejor de Viscarret se encuentra todavía en Dreamers . De hecho, lo mejor de Bajo las estrellas es aquello que hace a Viscarret volar hacia ellas. Es decir, cuando se desprende del pelo de la dehesa y se mide con el mejor cine posible. En esos instantes Viscarret se hace grande, compone cuadros de belleza y fuerza, convierte Estella en un escenario que habla y extrae de sus actores una extraña hondura: Alberto San Juan está brillante y Emma Suárez, en el minimalismo de su personaje, roza la perfección.
Como el citado filme japonés, Viscarret aparece indeciso. Cuando le sale el tímido, el resabiado, el que acumula tics y suficiencia, empalaga. Cuando surge el analista de soledades y angustias, hace soñar con que estamos ante un gran cineasta.