Caída y redención de una madre a su pesar
Dirección: Pablo Trapero Guión: Pablo Trapero, Alejandro Fadel, M. Mauregui y Santiago Mitre. Intérpretes: Martina Gusman, Elli Medeiros y Rodrigo Santoro. Nacionalidad: Argentina, Brasil y Corea del Sur. 2008. Duración: 113 minutos.
Casi al mismo tiempo que Nueve reinas triunfaba entre nosotros, un desconocido cineasta argentino, Pablo Trapero, debutaba con Mundo grúa . Se trataba de una película de resistencia; agria y triste. Mientras que en Nueve reinas su juego retórico de engaños y engañados, de pícaros y víctimas servía para que Ricardo Darín se convirtiera en el emblema del cine argentino, en Mundo grúa todas las presencias eran víctimas anónimas. Víctimas de un país retratado sin colores porque lo que se maceraba en su interior desprendía desesperanza y fracaso.
Ciertamente, el final del siglo XX trajo para Argentina un renacer cinematográfico que tuvo en esos dos títulos,Nueve reinas y Mundo grúa , los dos referentes extremos, los dos modelos arquetípicos del cine argentino del presente. Uno, ha permanecido más o menos fiel a la exaltación del verbo y a los discursos amargos tipo Adolfo Aristarain declamados por histriones como Federico Luppi y Héctor Alterio. El otro responde a una generación de nuevos cineastas que se diferencian de los anteriores por reducir a su mínima expresión la presencia de la palabra; algo que para la cultura argentina supone renuncia y para nosotros, desconcierto.
Leonera , última obra hasta la fecha de Trapero -El bonaerense (2002), Familia rodante (2004) y Nacido y criado (2006)-, posee una referencia omnipresente, la de la actriz Martina Gusman, su esposa en la vida real y, en buena medida, presencia exclusiva en donde los límites entre la representación y quien la representa se desdibujan y se confunden.
Nada nuevo para un cineasta que ha trabajado con su suegra y con su abuela, y que fusiona en sus relatos reflejos de su propia realidad mordidos por la ficción. De hecho, Leonera , la historia de una joven mujer acusada de un crimen, encerrada en una prisión en la que ingresa embarazada de un hijo que no quiere tener pero en el que encontrará la razón de su existencia, está atravesada por el mazazo de la autenticidad. Articulada en tres partes, las dos primeras resultan infinitamente más convincentes y estremecedoras que la última, donde nos aguarda un desenlace con sabor a artificio discutible en su verosimilitud e ingenuo en su desarrollo.
No hace mucho tiempo, cuando presentó su anterior película, Pablo Trapero confesaba el impacto que la paternidad había tenido en él, su temor ante la vulnerabilidad de su bebé y la transformación que esa percepción conllevaba. Leonera sabe de eso y se ve lastrada por esa mirada paternal que trata de conjurar el dolor y la muerte con la esperanza y la ternura. Ésas son las razones que fuerzan ese retorcijón antinatural que sufre una historia abocada a un final muy diferente. Pero ésa es la opción que asume el cineasta argentino, aún a costa de desactivar la bomba que durante setenta minutos había fabricado.
Una bomba que arranca con el misterio ante un crimen no aclarado. Una bomba que esconde en su núcleo una historia quebrada y serpenteante. Ese cambio de sentido, desorienta y, lo que resulta más incómodo, denota una deriva que nada tiene que ver con el Bresson de Au hasard Balthazar sino más bien con las propias dudas interiores del realizador. Dudas que dejan demasiados cabos sueltos en el relato. Pero al cineasta no le afectan, porque lo que le interesa es otra cosa. Él reconvierte lo que parecía una crónica sobre la desorientación y la muerte, en una fábula sobre el instinto materno. Nada que objetar, salvo que en el camino su Leonera pierde fuerza, y en el final del filme, en el lugar de la fiera, permanece un insulso gatito.