Apología del arrepentimiento, ensayo de la maternidad
Dirección: Helena Taberna. Intérpretes: Unax Ugalde, Bárbara Goenaga, Guillermo Toledo, Gorka Aginagalde, Mikel Tello, Joseba Apaolaza, Maribel Salas y Klara Badiola.Nacionalidad: España. 2008. Duración: 103 minutos.
La filmografía de Helena Taberna todavía es escasa: apenas un puñado de cortometrajes y algún documental. Ahora, con La buena nueva , se consuma su segundo largometraje de ficción, es decir, podría ser considerada todavía directora novel en algunos concursos. Pero pese a cosecha tan corta, no hay dudas, Helena Taberna posee ambición de autor. En consecuencia, pisa como tal, y su mirada, sus querencias y sus rasgos estilísticos se imponen. Lo curioso de este proceder estriba en el hecho de que, en sus dos largometrajes de ficción, Taberna abrocha su discurso con el ancla de lo real. Acepta la servidumbre-atadura de levantar sendas hagiografías con las que la cineasta parece enmascarar/contener su propio universo. La primera fue Yoyes . La segunda, está arrancada de la memoria de su propia estirpe, la epopeya de Marino Ayerra, su tío, un sacerdote que tomó posesión de la parroquia de Alsasua días antes de que la Guerra Civil «desparramara» (sic) su rebaño.
Si fuera posible un hipotético encuentro entre la Yoyes fílmica de su primer largometraje y el joven párroco Miguel de La buena nueva , ambos se verían reflejados el uno en el otro. Ambos se sabrían arrepentidos en pleno campo de batalla. Es más, si fuera posible asomarse al fondo de las pupilas del personaje representado por Ana Torrent cabría toparse con el mismo infierno que supura la angustia impotente del personaje de Unax Ugalde. Desde ese dolor inconmensurable a este vacío «metapsíquico» deambula Helena Taberna sin que nunca se atreva a cruzar el umbral de lo real, si por real entendemos lo que se percibe como esencialmente verdadero.
El cura de La buena nueva es para los suyos tan traidor como Yoyes lo fue para el entramado de ETA. Curiosa y escalofriante simetría la que, consciente o no, clama desde el fondo de estos dos textos fílmicos. E inquietante resulta el diagnóstico que en ambos casos se desprende del conflicto entre la ideología y la fe, la razón y la emoción. Aquellos polvos… estos lodos. Tierra de gatillo fácil, escenario de psicópatas bendecidos. ¡Cómo se parece en el cine de Taberna la liturgia de unos y otros!
Y en ambos casos, la directora se pone abiertamente de parte de los arrepentidos; con ello repudia la violencia y cultiva un deseo de (re)concilio donde la figura de la madre resulta determinante. Una madre omnipresente en La buena nueva y quemada simbólicamente en lo alto de una pira de libros; una madre ausente de un cura que sueña con la progenitora que no conoció y un puñado de madres en procesión hacia la sima del terror donde yacen sus maridos, sus padres y/o sus hijos. Nada que objetar a este discurso, emociona, es transparente y toma (su) partido. Desde esa óptica no engaña. El engaño proviene por el tono escogido y por el abierto deseo de conformar un texto popular que fluctúa entre el hacer del Armendáriz de Silencio roto y el rehacer del Cuerda de La lengua de las mariposas .
Eso implica un fuerte olor a ropa nueva, excesiva concesión al protagonismo de los actores jóvenes en detrimento de los personajes de más edad, que es en donde se inscribe el verdadero horror del hecho bélico, y ciertas complacencias melodramáticas que (ab)usan de la música e incluso incurre en cameos (Loquillo) nada apropiados para un filme que aspira a asomarse al abismo de la (des)memoria. Taberna, como hizo en Yoyes , conforma un filme trabajado con esfuerzo y barnizado con un hálito poético eficaz en su maniqueísmo, pero muy epidérmico en su caracterización. En ese sentido, entre lo útil posible y el rigor necesario, ha escogido lo primero.