Demme no va a Dinamarca
Dirección: Jonathan Demme. Intérpretes: Anne Hathaway, Rosemarie DeWitt, Mather Zickel, Bill Irwin, Anna Deavere Smith, Anisa George, Debra Winger. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 113 minutos.
En esta aguda, crispada y algo empalagosa película se nos invita a celebrar la nueva América de Obama. En esta boda se casa una mujer blanca de buena familia y revuelta cuna con un talentoso y musical hombre negro. Conforman una pareja perfecta que celebra su enlace vestidos al estilo indio -de la India, no de los nativos norteamericanos-. Y en compañía tan multicultural de muchos músicos y escasos problemas económicos, se toca de todo y a todo. Sin duda ese microcosmos que conforman los invitados al enlace de Rachel aspira a representar el ideal de los demócratas estadounidenses. Y, a juzgar por lo que vemos en los planos generales, viven bien. La inquietud surge al presentir que ese nivel de vida, visto desde la crisis actual, parece ciencia ficción.
Para algunos lo es pero no para el mundo que habita Jonathan Demme. Y conviene recordar que Demme practica una actitud de ambición de baja intensidad. No quiere dinero a toda costa, sino hacer cine con cierta dignidad. De hecho, Demme se alejó hace años del poder de Hollywood para disfrutar de la música y del cine independiente. Tanto que hay quien ha visto en este filme una suerte de cine Dogma desde la otra orilla del Atlántico.
No lo es, aunque la cámara se mueva. Rodada en pocas semanas, con total libertad y con la aspiración de convertir a Anne Hathaway en la Winona Ryder del siglo XXI, Demme revuelve en su propio pasado para retomar el mismo aire desdramatizador pero incisivo de Algo salvaj e y Casada con todos . Con la aportación de la hija de Sidney Lumet como guionista, La boda de Rachel recupera el tono rehabilitador de los personajes perdidos de los años 50. En esta boda se oculta un secreto familiar, la sombra de una culpa y el resquemor de las delicias familiares: amores aparentes y sonrisas eternas en la foto pública, odios profundos y heridas que no cesan de supurar en la intimidad del fuego hogareño. Demme retrata con histrionismo y precisión una familia de sentimientos exaltados. Amor y odio, egoísmo y banalidad, dolor y soledad… un tutti frutti aligerado a golpe de canción, fiel creyente de quien canta su mal espanta. Pero no, esta familia se consume por dentro.