Viaje a través del cine europeo
Dirección: Brad Anderson. Intérpretes: Woody Harrelson, Emily Mortimer, Kate Mara, Eduardo Noriega, Thomas Kretschmann y Ben Kingsley Nacionalidad: España, Alemania y Reino Unido. 2008 Duración: 111 minutos
Supongo que no importará saberlo. Transsiberian arranca con un crimen y culmina con un acto de justicia poética alumbrada con falsos aires de cuento feliz. En su despegue y en su conclusión, dos cadáveres congelados recuerdan el escenario en el que este mítico tren que une Europa con Asia, Pekín con Moscú, tiene su razón de ser. El protagonista último de este filme es ese tren que atraviesa la mítica Siberia, el infierno de la pesadilla soviética, el escenario de la odisea de Dersu Uzala y la estepa y la tundra que vieron nacer, triunfar y morir a Genghis Khan. Sin duda es un paisaje hechizante, inhóspito y casi virginal que determina la radical diferencia entre Oriente y Occidente. Un muro espacial que este tren contribuyó a sortear y en el que viaja, desde hace décadas, la imaginación humana.
Pese a su flaqueza final, pese a lo que denota de sospechosa concesión a la producción y a la taquilla, el viaje que Brad Anderson muestra en Transsiberian se llena de cine denso y tenso, claustrofóbico y variable. Tal vez esa actitud camaleónica para empaparse con reflejos de naturalezas distintas, sea el principal escollo para determinar esa actitud crucial para disfrutar o no de un filme. En función de eso, se entra en él o se queda uno fuera.
Anderson, un autor del que obras como Siguiente parada, Wonderland , Session 9 y El maquinista , ha dado noticia reiteradas veces de ser un director exigente con querencia por historias oscuras resueltas con una sensibilidad especial para construir atmósferas opresivas, ominosas, inquietantes y, en definitiva, perversas.
Dicho esto, habrá que acudir al meollo de Transsiberian , un filme que habla del viaje de una pareja en crisis en cuyo periplo conocerán a otra pareja no menos desequilibrada y una oscura trama de narcotraficantes, policías y viajeros anónimos cuyos rostros llevan inscritas las extremas condiciones climatológicas del espacio que habitan.
Brad Anderson se sirve del suspense y del horror, del thriller y de una amenaza latente, cuya moraleja final resulta ambiguamente moralizadora.
En síntesis la pareja protagonista, Roy (Woody Harrelson) y Jessie (Emily Mortimer) se embarcan en ese viaje atraídos por cantos de sirena muy distintos. Roy lo hace porque es un amante de los trenes (circunstancia que luego el guión apro- vechará en dos momentos, uno tramposo: su desaparición; otro eficaz: su huída), y Jessie, porque es una mujer que todavía no ha acalla- do los impulsos autodestructivos de una juventud recién terminada, y busca emociones. Como el matrimonio de Lunas de hiel de Polanski, el viaje de placer deriva en un viaje iniciático y abismal.
Anderson utiliza bien ese paralelaje que, desde el mismo nacimiento del cine, ha tenido el mundo ferroviario con la pantalla cinematográfica y hace del Transiberiano un campo de batalla como el que Andréi Konchalovski pergeñó en Runaway Train , el notable filme basado en un guión de Akira Kuro- sawa.
Aquí, la buena mano de Brad Anderson para extraer de los actores lo mejor, recordemos el hacer de Christian Bale en El maquinista , se hace sentir incluso en el personaje de Noriega, mucho mejor actor de lo que algunos directores españoles han sabido mostrar. Así, con un solvente trabajo interpretativo y con algunas secuencias de indudable fuerza, Transsiberian aparece co- mo un insólito filme de producción española, vocación europea y destino universal. Un modelo competente que, si tal vez no resulta sobresaliente, sí al menos se sabe intrigante y competitivo.