Radiografía de carne y hueso
Dirección y guión: Daniel Burman. Intérpretes: Oscar Martínez , Cecilia Roth, Arturo Goetz , Inés Efron, Jean Pierre Noher, Ron Richter y Osmar Nuñez. Nacionalidad: Argentina, España, Francia. 2008. Duración: 92 minutos.
En muy poco tiempo, no más de diez años, el espectador interesado en el cine de Daniel Burman, habrá sentido el vértigo del paso del tiempo. En esos diez años, Burman, cuyo cine aplica una suerte de auto-psicoanálisis público por el que el cineasta y sus personajes se descomponen en reflexiones personales sobre la familia y sus extraños lazos afectivos, ha pasado de mostrar los esfuerzos del chico de la película por conquistar a la mujer de sus sueños, a presentir su transformación en abuelo. Este bofetón, no tanto porque la condición de abuelo sea de temer sino por el aire de precipitada decadencia que denota su actitud, resuena de principio a fin en éste, su texto más amargo.
Hay una sombra de agonía que atraviesa toda esta película, excesivamente premiada en el último festival de San Sebastián. Esa sombra se llama crisis y, por primera vez, Daniel Burman, que hasta ahora se mostraba como un hábil narrador capaz de convocar la sonrisa con la melancolía, da síntomas de un extraño agotamiento.
A Burman le salva la honestidad de su actitud como cineasta, su valentía a la hora de enfrentarse a cada nueva película sin acudir a adaptaciones literarias ni buscar refugio alguno en ese cine de encargo en el que tantos cineastas autores/artistas caen cuando las luces propias se apagan. Al contrario, El nido vacío , pretende hablar de la crisis de una familia ante la marcha de los hijos, cuando en realidad habla de la desorientación de un escritor que encara el envejecimiento sumido en una profunda crisis de autoestima, de creatividad e incluso de afecto hacia su mujer y sus hijos.
Comparado en sus orígenes con Woody Allen, a causa de su origen judío y de su querencia por la comedia corrosiva centrada en las relaciones de la llamada guerra de sexos, poco queda aquí del Burman de Esperando al Mesías por más que ambas cuestiones, el humor y la cultura judía, estén presentes. Lejos de la rotundidad de El abrazo partido y sin la coartada feliz de Derecho de familia , su filme más ligero, el Burman de este nido vacío ya no tiene que saldar cuentas pendientes con padre alguno ni busca su media naranja. Este Burman, el proceso de simetrías y préstamos del protagonista con el cineasta resulta obvio, se ve como un narrador varado, rodeado de gente por la que no siente afecto, anclado en lo que representa, maniatado por lo que ha construido y temeroso de no poder continuar ni con lo que era ni con lo que hubiera querido ser.
En esa encrucijada, Burman desarrolla las idas y venidas de su escritor en crisis abandonado a su suerte. El arranque del filme, que parece prometer una crónica social, pronto deja claro que girará en torno a un único protagonista y su crisis de identidad. Burman, obsesionado con su personaje, en justa correspondencia con su ensimismamiento, olvida a todos los demás, en especial al personaje de Cecilia Roth convertido aquí en una mera réplica que dilapida el valor de la actriz y el de un personaje al que Cecilia podría haber sacado oro puro. En su lugar, Burman castiga a su protagonista, ridiculiza conscientemente o no su patetismo, sus fobias, sus manías y sus caprichos. Si en El abrazo partido y en Derecho de familia , el cine de Burman ajustaba cuentas con la Historia, o sea el pasado y se aplicaba en construir un mejor futuro, y de ese proceso dialéctico obtenía situaciones y propuestas en un caso sugerentes, en el otro, divertidas; aquí todo adquiere un extraño tono gris. Un aire de extrañamiento y ocaso. Un filme crepuscular que incomoda, porque llega antes de tiempo.