El regreso del monstruo, la derrota del hombre
Dirección: Louis Leterrier. Guión: Zak Penn a partir de los personajes creados por Stan Lee y Jack Kirby. Intérpretes: Edward Norton, Liv Tyler, Tim Roth y William Hurt. Nacionalidad: EEUU, 2008. Duración: 114 minutos
La sombra de Ang Lee se proyecta en esta nueva incursión que debía haberse titulado Hulk 2 . De hecho, Edward Norton tuvo que esperar a que Eric Bana, el protagonista de la entrega anterior, rechazara seguir con un proyecto sobre el que la mayoría de sus productores estaba en contra. Pese a quien pese, el Hulk de Ang Lee tenía un único problema, era tan grande, tan poderoso, tan irreal que resultaba invencible en el plano físico. Lee se desentendía del poder destructivo de Hulk para proponer una batalla interior en el núcleo de la ambigüedad del propio Bruce Baner/Hulk. La verdadera lucha de Hulk era contra su propia sangre, contra la figura paterna. ¿Demasiado intelectual?
Así opinaban algunas críticas poniendo de relieve el (su) creciente analfabetismo audiovisual. Acusada de pretenciosa, la película de Ang Lee fue maltratada hasta provocar su naufragio económico. Ahora, con los derechos nuevamente en las manos de la Marvel, se pretende recuperar la esencia de Hulk. ¿Se consigue? Más bien no. El deseo de huir de Ang Lee, no basta. Tampoco resuelve la cuestión ese cambio de maquillaje de Hulk, -más realista- porque detrás de la piel verde, habita un fundamento simbólico que Lee supo entender mejor de lo que se le reconoce. Es más, durante su primer tercio, Edward Norton, su autoría en el filme fue decisiva, controla tanto a la bestia de su interior que alimenta aún más el drama existencial mostrado en su primera entrega.
Aquí el doctor Baner busca con desesperación la manera de eliminar a Hulk para siempre. Un Hulk que, cuando fue concebido para el cómic, tuvo dos padres referenciales: el monstruo de Frankenstein y Doctor Jeckyll y Mr. Hyde. A Stan Lee le interesaba la idea de crear algo monstruoso capaz de provocar terror y temor, pero con algo indefinible en su profunda naturaleza que proyectase la idea de la bondad pura. Hay que acordar que el material originario descansa en el terreno de la narratividad simbólica. ¿De qué otro modo podría mantener su interés un personaje de tebeo creado hace casi medio siglo si no tuviera la llama de la representatividad?
Es incuestionable que la razón que avala las producciones de la galería de héroes de la Marvel responde a esa necesidad de héroes que sacude al siglo XXI. Ni el guiño cinéfago de los Tarantino, ni el cine de no ficción y discutiblemente real de los orientales, ni el ensayo fagocitador de las nuevas cinematografías europeas atienden a esa demanda. La herida que atormenta a Hulk es fuego mítico, desesperación simbólica. Cuando el doctor Baner es dominado por Hulk sabe que posee la rabia de los dioses, la fuerza de los monstruos y la imbatibilidad de los mitos. O sea, poder. De hecho, su enemigo ansía esa facultad aun a costa de transformarse en La abominación, un ser repugnante mitad reptil mitad masa destructora.
Lo fascinante de esta entrega -irregular en su ritmo y más escópica en sus peleas- es que con ella la huella Stan Lee reaparece, pero la huella de Ang Lee no desaparece. Este Hulk es más Mister Hyde que nunca, su huida recuerda a la de Boris Karloff y su angustia desemboca en el plano sexual. La terrible prisión que embarga al prometeico doctor Baner es su incapacidad para consumar el amor. Si se excita aparece el monstruo y un gigante de casi tres metros de altura no puede copular con una mujer, la destrozaría. De ahí que, en esa galería de ecos, el Hulk de Edward Norton se escore hacia la perplejidad atormentada del King Kong que debe conformarse con reprimir su pulsión, acariciar a la mujer que desea y renegar de su naturaleza.