Historia de una metamorfosis
Dirección: Jon Favreau. Intérpretes: Robert Downey Jr. , Terrence Howard, Jeff Bridges, Shaun Toub, Gwyneth Paltrow, Faran Tahir y Jon Favreau. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 127 minutos.
No hace falta ser psicótico para percibir que todo nos habla. Al contrario. Precisamente ése es el verdadero problema de los psicóticos, que no oyen otras voces más que las que ellos mismos se provocan. William R. Maples, en un inteligente ensayo, nos enseñó que los muertos hablan sin parar. En los restos de lo que fueron resuena la causa de su muerte. A veces, sus huesos manchados de barro gritan el nombre de su asesino y casi siempre muestran lo que fueron, lo que sufrieron e incluso lo que soñaron. Ése es el trabajo del buen forense, saber escuchar aquello que la mayoría de los mortales no aprecia. Esta digresión viene a reforzar la idea de que cuando un actor es escogido para un papel, en su piel lleva inscrito los personajes que fue, lo que es en la realidad y lo que proyecta su imagen pública.
El anuncio de que Iron man iba a ser protagonizado por Robert Dow-ney Jr. más que una buena noticia, era una declaración de intenciones. Que para asumir el papel de Iron man , el héroe cuyos poderes emanan simplemente de su inteligencia, se escogiera al hombre que se ha paseado por el lugar del crimen de Zodiac , el que algo sabe de las Memorias de Queens , el que desveló luces insospechadas del extraño mundo de Arbus en Retrato de una obsesión , el rostro agrietado de El detective cantante y por supuesto, el hombre que hizo de Chaplin cuando Chaplin era sólo leyenda, no iba a meterse en el hierro y la carne de Iron man a cambio de nada.
De ese ejército de papel creado por la editorial Marvel desde los años 60 y que ahora desembarca en ayuda del cine comercial gracias a la tecnología digital, le cabe aIron man el honor de ser el personaje más real, más verosímil, más vulnerable y quizá, quien sabe, si el más adulto. Su poder no proviene de radiaciones inexplicables, ni de poderes divinos, ni de procedencias alienígenas. Su historia es la de una metamorfosis que lleva implícita la toma de conciencia. Su fuerza descansa en el remedio a su vulnerabilidad, un corazón herido de muerte sostenido artificialmente con ayuda de la tecnología. Un corazón de diseño cuyas válvulas le dan la capacidad de mover una estructura metálica convertida en el arsenal de la utopía: Iron man es infantería y artillería, es un tanque que vuela pero, también, es el hombre que ha encontrado un sentido a su vida. Sin duda, Stan Lee enunció con ese millonario fabricante de armas y gigoló arrogante el fundamento de la tecnología cyborg o, si se prefiere, en su armadura esculpió la prehistoria de la cibercultura.
Por supuesto que el personaje está delineado con cierto simplismo, nadie pretende hacer de Iron man un ensayo sobre la condición humana. El primer mandamiento de la Marvel fue, y sigue siendo, el de disfrutar del género de aventuras con vocación pop e intenciones contestatarias. Se trata, quizá, del último intento de recuperar la fe en el héroe; fe perdida tras el horror de Auschwitz. Por eso mismo, por su actitud de adolescente entusiasta, hay en aquí más material fundacional y simbólico que el que sujeta muchas películas de las llamadas de autor.
Para ello, Jon Fraveau, un buen degustador de tebeos, parte de un guión de estructura pulida, encajada e industrial. El autor no se impone al producto y el producto roza aquí la excelencia. Si el gesto ambiguo y oscuro de Robert Downey Jr. funciona, su idilio con el personaje de Gwyneth Paltrow, descrito con una sensualidad nada adolescente, habla en todos los idiomas. Ésa es la cuestión. Iron man dice poco a quienes poco escuchan y bastante a quienes buceen más allá de las apariencias.