El cuento de la lechera con acento uruguayo
Dirección: Enrique Fernández y César Charlone. Intérpretes: César Troncoso, Virginia Méndez, Virginia Ruiz, Mario Silva, Henry de León, José Arce, Nelson Lence. Nacionalidad: Uruguay. 2007. Duración: 97 minutos.
Lo que se parece, por cuanto tiene de semejante, también se distancia, por cuanto no tiene de idéntico. Ese vaivén comparativo permite extraer un ilustrador juego intertextual en el que, finalmente, acaban revalorizándose, cuando son buenos, los dos filmes contrapuestos. Viene esto a cuento de que el fundamento argumental de El baño del Papa y Bienvenido Mr. Marshall parte del mismo supuesto. De manera que, con frecuencia, para preludiar qué nos aguarda en en interior de El baño del Papa , se nos remite al filme de Berlanga. En principio es cierto. El cuento que acuna lo que El baño del Papa es, parte de la conmoción, la sacudida más bien, que en la vida cotidiana de un pueblo convoca la visita anunciada de alguien muy poderoso a cuyo paso los pobres del lugar esperan encontrar lo que no tienen: dinero.
Del filme protagonizado por Pepe Isbert y de sus explicaciones imposibles ante la polvareda y nada más que polvareda provocada por el paso del cortejo americano, permanece el recuerdo de lo que fue este país y la melancolía de percibir que personajes como aquéllos ya nunca más encontraremos en la España del bienestar. Pero lo que en la Europa de hoy ya no se da de manera general, en Latinoamérica y en África abunda en grado máximo.
Ése es el caso del territorio en el que dos cineastas uruguayos -es curioso el anterior gran éxito del cine uruguayo, Whisky también estaba dirigido por dos cineastas: Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll- sitúan su filme. Parten de un dato estadístico y de un conocimiento real, allí están sus raíces: en Melo, en un extremo y perdido territorio de Uruguay a la sombra de Brasil y dominado por militares y especuladores de todo tipo. Allí los habitantes sobreviven con gran esfuerzo. Salvan su miseria a golpe de riñones pedaleando de un lado a otro de la frontera para poder beneficiarse con las migajas de su contrabando.
En Melo, al final del siglo XX, se anunció la visita de Juan Pablo II y el pueblo entendió que con él llegaba la oportunidad de mejorar su situación. Esperaban miles de peregrinos detrás del Papa y, con su visita, la oportunidad de ganar algo de dinero.
Al final del filme se nos dan las cifras. Las decenas de puestos de venta ambulante improvisados por los habitantes de la zona y el número real de visitantes que hasta allí acudieron para contemplar in situ el discurso papal fueron un fiasco. A diferencia del filme de Berlanga, Charlone y Fernández escriben aquí una fábula más oscura donde el humor se ahoga por la deuda con el realismo. El cáncer que corroe la existencia de los protagonistas de El baño del Papa dibuja un paisaje mucho más angustioso que el que se veía en Villar del Río. En El baño del Papa, el abuso del poder se hace visible, hay menos censura y más necesidad; más libertad pero menos igualdad. Charlone y Fernández, en cuya excelente factura se rastrea su experiencia al lado del Mireilles de Ciudad de Dios y El jardinero fiel , esbozan un relato menos coral para centrarse en los esfuerzos de Beto, un padre de familia cuya hija adolescente cuestiona su autoridad y su valor en un duelo generacional que marca la profunda quiebra que separa el Uruguay rural y primario de quienes desean huir de él. De alcance más limitado y de calado menos brillante, El baño del Papa, sin embargo, se defiende bien gracias a sus actores profesionales y espontáneos y gracias a su ritmo hecho de una road movie existencial que se filma en movimientos continuos. Movimientos que van hacia el interior del espectador para ofertarle un contagioso filme capaz de ahondar en la sencillez de los sencillos que reclaman un derecho fundamental: el trabajo.