El insoportable miedo al otro
Dirección: Isabel Coixet. Guión: Nicholas Meyer, basado en ‘El animal moribundo’, de Philip Roth. Intérpretes: Penélope Cruz, Ben Kingsley, Dennis Hopper, Patricia Clarkson. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 108 minutos.
A los pocos minutos de Elegy se confirma su vocación de híbrido. Cuando sus dos principales personajes se seducen en la pantalla, su naturaleza se impone ante el espectador y ésta habla de un cruce de textos o, si se prefiere, de un pulso de miradas, de un forcejeo entre lo masculino y lo femenino a la luz del deseo sexual y/o a la penumbra de la necesidad de los afectos. Y eso es lo que ocupa esta película de bandera norteamericana dirigida por la cineasta catalana obsesionada siempre por el desamor, por la enfermedad y por el vacío que trae la muerte al (des)equilibrio de los amantes. Lo que en esta película se representa es el dilema entre el placer sexual y el complacer sentimental. Un proceso dialéctico que ancla esta melancólica crónica sostenida sobre la esquinada química entre Ben Kingsley y Penélope Cruz.
Con roces biográficos, Philip Roth describía en su novela la visión masculina, su visión, de una mujer joven, bella e inteligente a la que un hombre tres décadas mayor que ella no acierta a corresponder desde la exigencia del compromiso social y el tiempo. Roth levantaba un monumento a Consuela para retratar-conjurar sus propios miedos.
Isabel Coixet, contratada para hacer este filme, apunta en algún modo el camino contrario. Ella levanta un altar al amante perfecto, inteligente y refinado para referenciar la independencia de la mujer del siglo XXI. Es, pues, la historia de una mujer contada por un hombre que a su vez ha sido dirigida por una mujer para recrear el universo de un hombre que descubre que no es sino una luz fugaz con fecha de caducidad. Basta con evocar cómo Coixet filma las manos de Kingsley o cómo evita la explicitud sexual de la novela de Roth para apreciar que hay mucho de Coixet en este filme crepuscular sobre el miedo a morir y sobre el pánico a desmerecer de lo que el otro-la otra (nos) reclama para poder estar a su lado. Coixet filma con inteligencia las altas prestaciones que sus actores le brindan. Con ellos, su incursión crece y su celuloide se llena de poderío. Todo va bien hasta el desencuentro. Tras él, ni la enfermedad ni la muerte consiguen reavivar el misterio. De modo que, huérfana de tensión narrativa, finaliza Elegy dando paso a la contemplación al aparcar el deseo.