Tamborrada de ‘revenants’
Dirección: Manuel Gutiérrez Aragón. Intérpretes: Óscar Jaenada, José Coronado, Kike Díaz de Rada, Vanessa Incontrada, Adolfo Fernández, Iñaki Miramón y Leire Ucha. Nacionalidad: España 2008. Duración: 95 minutos.
Propuestas como la que nos aguarda en Todos estamos invitados son, según la terminología acuñada por Mayor Oreja, propuestas trampa. La última película de Gutiérrez Aragón no es lo que parece, ni dice lo que aparenta. Se dice que el cineasta del realismo mágico, así era conocido en los 80, sienta en el banquillo de los acusados al silencio de los corderos del pueblo vasco; ése que, según sus declaraciones, en lugar de denunciar la violencia, calla y se diluye en las sombras del miedo y/o el oportunismo. Y sí, en su retrato de la sociedad vasca, Gutiérrez Aragón levanta una escenografía paranoica con relámpagos alucinatorios para regurgitar un «yo acuso» desde la Puerta de Alcalá. Pero algo no va bien cuando esto se desprende más de sus declaraciones que de lo que deja en claro su espeso producto.
En él hay tres tipologías. La de los asesinos, la de la víctima y la de la sociedad, reducida a un resto que, en los mejores pasajes, parece conformado por revenants de un filme de terror-ficción.
La trampa consiste en que no estamos ante una obra de serie B, ni tampoco ante un homenaje a John Woo, aunque los últimos planos, con los dos terroristas pistola en mano, así lo evoque. La trampa insiste en que, bajo su convocatoria al legítimo rechazo de la violencia y el terrorismo, se nos trate de colar un endeble relato fílmico que huele a emboscada. Aquí ya no hay realismo mágico, sino un disparate confuso que plantea muchas dudas sobre qué pretendía hacer realmente el director.
Su visión aparece dislocada; tan perezosa en su implicación con lo real que acaba significando lo contrario de lo que proclama. Los actores se ven afectados por una gravedad ridícula, corroída por las constantes torpezas narrativas del director. Su argumento es pura filigrana de casualidades; sus personajes, cartón piedra; sus intenciones tan confusas como ese plano final del terrorista abrazando a una madre hiperbólica e imprecisa. Hay demasiadas inconsistencias y un protagonista desbancado, Coronado, al que se le priva de autenticidad. Y hay un concepto vertebral: cómo la memoria perdida desactiva la motivación del terrorista. Pero falta rigor, conocimiento y objetividad para sostener este terrible alegato más allá de la comercialidad.