Cuando la música no amansa
Dirección y guión: Francisco Vargas Quevedo. Intérpretes: Ángel Tavira, Dagoberto Gama, Fermín Martínez, Gerardo Taracena y Mario Garibaldi. Nacionalidad: México. 2006. Duración: 98 minutos.
Un abuelo, su hijo y su nieto salen del bosque en el que habitan. Bajan de las montañas en las que viven para dirigirse a la ciudad. Y allí tocan sus viejas melodías recibiendo unas monedas a cambio. Son campesinos pobres, carne de guerrilla y víctimas de la soldadesca que siembra la muerte. Y eso, muerte y desesperación encontrarán cuando vuelvan a su casa y vean que el pueblo ha sido tomado por los lobos feroces. Con esa estructura de cuento de hadas, cuento terrible y doloroso como son los cuentos con raíces profundas, Francisco Vargas desarrolla El violín , un filme bienintencionado de sonidos desgarrado(re)s.
Lo paradójico -y quizá donde se esconde la sombra de la sospecha- es que detrás de una estructura humilde, de cine pobre, de cine de resistencia, se agazapa una operación resabiada. Fotografiada en blanco y negro, con rostros anónimos y prosa terrosa, El violín no es lo que parece. Aparenta ser una metáfora sencilla y directa contra la violencia, la tortura y la muerte. Y lo es, pero no surge del testimonio documental sino de una recreación ficcionada, medida, impostada. No nace de un acto de autodefensa sino de una puesta en escena que sabe muy bien cómo articular el discurso que enuncia.
En ese sentido y aunque su director, el debutante Vargas, acude al recuerdo de Los olvidados de Buñuel, o aunque una mirada epidérmica pueda asociarlo a La perdición de los hombres de Arturo Ripstein, su estrategia lo denuncia más cercano al Babel de Iñárritu. De hecho, aunque Vargas utiliza un montaje cortado con aspereza, esas imperfecciones no ocultan que se partía de un paño fino. De manera que, a veces, El violín deja entrever una planificación poderosa, una querencia de autor y una construcción perfilada con voluntad de estilo. Por eso incomoda que esa adopción de cine de urgencia sirva para dejar sin desarrollar los retratos de quienes se muestra mucho, pero poco o nada demuestran. Vargas escoge el camino de la metáfora (ong )ecológica y resulta imposible no estar de acuerdo con su denuncia. Pero eso no impide presentir que estos olvidados jamás hubieran sido aceptados por Buñuel, su naturaleza emana del artificio.