Perdidas en la frontera
Dirección y guión: Courtney Hunt. Intérpretes: Melissa Leo, Misty Upham, Charlie McDermott, Mark Boone Junior, Michael O’Keefe, Jay Klaitz, John Canoe y Dylan Carusona. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 97 minutos.
FrozenRiver deambula por el filo abismal y siempre caprichoso de las fronteras. Frontera contra frontera, diferencia más diferencia en un microcosmos ubicado entre EEUU y Canadá. Es un espacio de nieve y niebla. Blanco sobre blanco donde las líneas se disuelven en la nada como nada son las imaginarias mugas aduaneras. En este caso además resultan particularmente resbaladizas porque entre ambos lados, una reserva india protegida-retenida y cautiva por las leyes blancas sirve de puerto franco desde el que se trafica con ganado humano, emigrantes en una espiral de miseria.
Con todo ello se forja Frozen River , cine de querencia indie, carne de Sundance y objeto de veneración para amantes de las minorías. Sus protagonistas son mujeres en un mundo hostil, heroínas en un paisaje congelado en el que el tiempo permanece detenido mientras suenan los clarines del desmoronamiento de una realidad crepuscular.
La vida en este contexto es dura y a ilustrarlo se dedica Courtney Hunt, una directora que fía su suerte en el talento interpretativo de sus dos principales actrices. Hace bien porque ambas dan la dosis de verosimilitud necesaria para un filme algo agónico y decididamente combativo en el que se armonizan/amortizan diferentes desafinos sociales.
En lo que acontece sobre la frágil superficie de ese Río Helado siempre a punto de resquebrajarse, emerge una madre coraje abandonada por un marido ludópata y cobarde, y dispuesta a dar un cobijo a sus hijos a cualquier precio. Si ella capitaliza el centro neurálgico del filme, con sus lágrimas y con su despecho arranca la historia, a su lado hay una galería de perdedores y desheredados que contribuyen a esculpir un fresco muy singular de la América profunda. En su primer largometraje, Hunt que compitió en el festival de San Sebastián del año 2008, donde ganó el premio a la mejor intérprete femenina, evidencia una querencia incontrolada hacia el exceso dramático y un decidido entusiasmo por buscar refugio en la casualidad aplicada a gusto del Auster adormilado por la música del azar. Por eso, al final Hunt se apiada de sus criaturas, se traga la bilis y decide suavizar su cartografía de hielo y desarraigo, de sombras sin luz y de leyendas tristes de las que Ford nunca llegó a hablar.