Adolescencia de manual
Dirección: David Yates. Guión: Steve Kloves; basado en la obra de J.K. Rowling. Intérpretes: Daniel Radcliffe, Rupert Grint, Emma Watson, Helena Bonham Carter, Jim Broadbent, David Bradley, Robbie Coltrane. Nacionalidad: Reino Unido y EEUU, 2009. Duración: 153 minutos.
Sexta entrega de Harry Potter. Los directores se suceden, los espectadores permanecen y nada o casi nada cambia. Salvo que todo esto se ha convertido definitivamente en un fenómeno singular en el que las películas no son sino una pieza más de una enriquecedora operación. ¿Es pertinente tratar de analizar lo que encierra ese Misterio del príncipe? Entiendo que no. Basta con dejar de mirar la pantalla para observar al público y comprender que se está en otra cosa. Hay algunos indicios de que esto es muy especial. Por ejemplo, la inmensa mayoría de los espectadores se han leído los libros, han crecido con ellos, buscan que lo que la pantalla muestre se adecue a lo que la letra impresa ideada por J.K. Rowling les sugirió en su día. O sea, nadie pide cine, tan solo se espera fidelidad a la anécdota, algo parecido a lo que hacían aquellas novelas ilustradas que los padres de estos lectores de Potter leían hace 30 años.
Lo curioso, lo terrible, es que Daniel Radcliffe se desmorona. No parece que en él habite un actor y en consecuencia cada vez le cuesta más sostener a Harry Potter. El personaje ha crecido pero el actor se encoge incapaz de alimentar lo que, cuando era niño, hacia sin esfuerzo: jugar.
Ciertamente ninguna de las entregas anteriores ha sido excepcional, en todo caso, la de Cuarón parecía la más inspirada, la más ambiciosa, la que más cine quiso llevar dentro. Ahora, ésta que ahora nos ocupa, aparece como la más desorientada. Es verdad que lo propio de los adolescentes es el desbrujulamiento pero aquí, con el artificio de dar rienda suelta a los efectos especiales e insinuar el despertar de la libido de los personajes, maniatado por la obligación de no penetrar en la oscuridad de la pubertad, el filme se banaliza en lo epidérmico. Y aunque ahora Potter muestra alguna doblez, alguien que arrastra un trauma como el suyo, carne de diván, carece en la novela y en el filme del más mínimo sustento psicológico. Si en su origen eran relatos apropiados para esa edad en la que la magia y la fantasía enciende la imaginación, ahora, con perturbaciones hormonales y el bigote a flor de piel, Potter muda la inocencia por la estupidez. Desalentador panorama que amenaza con ir a peor, aunque el negocio mejore a cada momento.