Un, dos, tres… el mundo está del revés
Dirección: Larry Charles. Guión: Sacha Baron Cohen, A. Hines, D. Mazer y Jeff Schaffer. Intérpretes: Sacha Baron Cohen, Gustaf Hammarsten, Clifford Bañagale, Paula Abdul, Josh Meyers. Nacionalidad: EEUU. 2009. Duración: 83 minutos.
Al final de la algarabía que provoca Brüno, cuando se disuelven los ecos de las risas y las luces de la sala se encienden, todo pasa a ser presidido por el crepúsculo de ese paisaje que este filme dibuja con colores de angustia y soledad. Y es que Brüno supura penumbra. Arranca con un mazazo pop y culmina en medio de un cuadrilátero homófobo adornado de escarnio y bronca. No es preciso engañarse. En la penúltima secuencia finaliza el sueño de Brüno , lo que viene a continuación no es sino un añadido autocomplaciente para aliviar el desasosiego que desata.
El ridículo patetismo de Brüno , un desgraciado sin cerebro ni control que aspira a la fama, vende a alto precio cada sonrisa que arranca. Y con ello, su creador, Sacha Baron Cohen, sabe que, pese a todo, luego explicaremos ese pese a todo, su filme conforma lo que él desea. Y lo que desea no es sino desabrochar el dolor de la cordura y convocar el pánico de la lucidez.
Pero vayamos por partes. De entrada una precisión: Brüno conforma junto a Ali G y Borat , la trilogía de personajes con los que Sacha Baron Cohen, un actor-autor, ha conseguido un reconocimiento mundial. Para unos se trata de un genio; para otros es un chiflado sinvergüenza, un provocador víctima de su propia incontinencia ética y al que sin duda muchos estarían dispuestos a mandarlo a la hoguera. Dicho de otro modo, aunque Brüno forma parte de un experimento, un puro acto de subversión de la que la primera víctima es su hacedor, el propio Sacha. Pero quienes confundan personaje con creador serán las primeras bajas de un hacer que lleva irremediablemente a este hombre hacia un callejón sin salida. Él lo sabe y lo dice.
Sabe que con cada nuevo adicto a alguno de sus personajes, se pierde la posibilidad de volverlo a ganar. Es lo que tiene el humor que, a diferencia de la tragedia, su eficacia se deshace conforme más se repita. De ahí que Sacha Baron Cohen se precipite cada vez más hacia el lado oscuro, hacia las sombras y la paradoja.
Su humor nada tiene que ver con el lado amable de los graciosos profesionales. Sacha se adentra y traspasa el límite que a veces Jim Carrey roza; ése que los hermanos Farrelly intuyeron en algún momento. En todo caso, es el abismo que gentes como Spike Jonze, Charlie Kaufman y Michel Gondry buscan con denuedo.
El creador británico hijo de un comerciante inglés y de una emigrante siria, fruto pues de la época de la globalización, ha sido con excesiva pereza comparado con Michael Moore sin reparar en que, mientras que el reportero-provocador norteamericano utiliza el cine de como una herramienta pedestre, Sacha Baron Cohen aplica las leyes de la representación cinematográfica, conocedor/dinamitador de su genética.
En Brüno , un paso más allá de lo que Borat significó, Sacha repite el esquema argumental. Un extranjero periodista, un gay incorrecto hasta la naúsea, como en clave hetero era el citado Borat , desnuda las miserias del american way of life . Derriba algunas columnas sustanciales. Su imitación salvaje e invertida del hacer de Michael Jackson, es sólo una de las muchas líneas que el filme ensaya. Pero éste es un filme roto, desmembrado, del que se intuye que se le han arrancado fragmentos y del que se sabe está cosido con prisas. Da igual. Baron Cohen recoge el testigo de Andy Kaufman, el humorista americano del que Milos Forman hizo un biopic, tan cruel como desasosegante, de la mano de Jim Carrey. Como Kaufman, Sacha se pregunta el porqué de la risa. Y con Brüno se responde: la risa existe para sujetar la puerta de delirio, para ¿(re)parar? la entrada a la locura.