Paradojas de metal y sangre
Dirección: McG Guión: Michael Ferris y John Brancato Intérpretes: Christian Bale, Sam Worthington, Moon Bloodgood, Helena Bonham Carter, Bryce Dallas Howard y Anton Yelchin Nacionalidad: EEUU. 2009 Duración: 130 minutos.
¿Es posible hacer una nueva película de Terminator sin la presencia de quien daba sentido al título y acabó convertido en su emblema? O si se prefiere: ¿hay vida en Terminator sin la presencia de Schwarzenegger? Nada le importan esas preguntas a McG, un director que tuvo en sus manos las dos entregas cinematográficas de Los Ángeles de Charlie y que consiguió lo imposible, que se añorara la serie a la vista de lo insípidos que resultaron sus trabajos. Y a McG nada le importan estas cuestiones porque McG no es hombre de creencias sino un francotirador que se pone al servicio del que paga. A él no le pagan por pensar, sino por resolver. Y como tal, como mercenario, se mueve mejor en el infierno de Terminator que entre ángeles femeninos de cuerpo escultural. Cuestión de testosterona.
Aquí las células de Leyding trabajan febrilmente, por lo tanto, testosterona la hay, pero mezclada con el metal y muy lejos del poderío hormonal con el que nos regalaba el ahora ausente Schwarzenegger en sus Terminator . Arnold fue el rey y aquí, por caprichos de la infografía, debemos conformarnos con una pálida aparición y la amenaza de su sombra. Más que un cameo, su aparición es una mueca macabra, aunque su sola presencia fugaz sea capaz de redimensionar aquella amenaza letal con la que nació el primer Terminator .
Hablando de sombras, las que inquietaron a Gorki en el origen del cine, hacia las sombras caminan gentes como McG, cuya capacidad de conformar un relato articulado con un mínimo de cierta sustancia simbólica y algún fundamento intelectual es escasa. A falta de poder mitológico tenemos el espectáculo escópico, la acción pura y dura, la pólvora y el fuego.
En T4 se expresan con más convicción la gasolina y las explosiones que Christian Bale, quien da vida a un John Connors inexpresivo y perplejo, un Connors que debía cargar con el peso del filme pero cuya presencia se diluye conforme se hace evidente que el guión está desorientado. Hay una duda esencial en T4 , ¿Connors o Wright? una duda entre la servidumbre al pasado o hacer un filme completamente nuevo.
Sin duda Bale cometió uno de sus mayores errores de estrategia al preferir el papel de Connors al de Marcus Wright. Marcus, un condenado a muerte convertido en una especie de Prometeo cibernético que acabará siendo lo único interesante del filme, es la aportación más singular de T4 . Pero de nada sirve reclamar a Bale más olfato o al director McG un poco de grandeza y talento, la culpa no es de ellos, sino de la producción, del guión y del proyecto.
Lo que queda aquí del Terminator primigenio ya fue contado, y con más capacidad de conmoción, por James Cameron. Lo que se descubre como nuevo, nada tiene que ver con el fundamento sustancial del que fue uno de los pocos referentes míticos del final del siglo XX. De hecho, todo lo que había que decir del personaje quedó dicho en las dos primeras entregas. Con ellas el personaje ya era leyenda y lo que ahora se hace no es sino exprimir de mala manera una buena idea. Aquí, lo mejor sin duda reside en esa presencia del cyborg Marcus, ese escalón intermedio entre el hombre y la máquina. Por eso, con él comienza T4 .
Pero lo que despega pleno de misterio se atraganta con el estruendo. En la explosión y en lo truculento se embriaga McG sin remordimiento alguno por malograr lo que fue una gran película y lo que ahora, gracias a Marcus, podía haber sido una interesante vuelta de tuerca. Un nuevo giro que McG convierte en un pellizco a destiempo, como ese desenlace gratuito, innecesario y sacrifical que niega la posibilidad de un reencuentro con Marcus.