Lógica de la perversión
Dirección: Niels Arden Oplev. Guión: Nicolaj Arcell y R. Heisterberg según la novela de Stieg Larsson. Intérpretes: Michael Nyqvist, Noomi Rapace, Lena Endre, Sven-Bertil Taube, Peter Haber, Peter Andersson y Marika Lagercrantz. Nacionalidad: Suecia. 2009. Duración: 150 minutos.
Antes de morir a causa de un inesperado ataque al corazón, Stieg Larsson estaba convencido de que su trilogía iba a arrasar. Se lo confirmaba su olfato y se lo ratificaba la confianza en su oficio. De hecho, hay mucho oficio, entendido éste como caudal de destrezas, en la masa argumental de Los hombres que no amaban a las mujeres . No en balde la savia nutricia que recorre el tronco de esta obra posee raíces ancladas en «eso» que gusta. ¿Qué es lo que gusta? Difícil respuesta, imposible de predecir pero fácil de justificar.
¿Por qué Larsson confiaba tanto en que su trilogía, todavía inédita, iba a triunfar? Por una mezcla de conocimiento e imprudencia. El conocer le llevó a fabricar un laberinto de sexo, escándalo, mentiras, ambición, fanatismo y crimen. Es decir, esos contenidos que se pasean por la programación televisiva en el horario del llamado prime time . El confiar es atribuible a la debilidad humana. Pero acertó. Esa mezcla de misterio, claves esotéricas, clanes familiares con cadáveres en la bodega y pasado criminal en la biblioteca y, claro, sexo placentero, sexo masoquista, sexo a deshoras,… y un poquito de amor, cultivaron el éxito. Es extraño, somos tan diferentes y, sin embargo, la mayoría parece inclinarse por historias escabrosas a la hora de la cena y antes de dormir. Tal vez estamos necesitados de pesadillas reales para soportar las soñadas.
Se trata pues de inmundicia que se muestra con la coartada de la denuncia y con la legitimidad de la corrección política. Una maquiavélica perversión que convierte al buen Bogart de Tener o no tener en un periodista curtido, empeñado en la verdad aunque no crea en nada. Más transformación se observa en ella, una Lauren Bacall del siglo XXI que ya no silba. Una hacker que hace el amor como si violase a su pareja y que sabe vengarse del macho misógino y criminal con un deleite sospechoso de psicopatía. Y esa revancha ahoga la frustración del voyeur que, en casa o en el cine, bajará instintivamente su pulgar para negar clemencia. Humillar a un criminal no hace menos deleznable la humillación para quien la ejerce. Eso era Guantánamo y eso es lo que vende Millennium : respetable basura, bien filmada, políticamente correcta, éticamente enferma y simbólicamente estéril.