Ensayo sobre la soledad del elegido
Dirección: Fernando Meirelles. Intérpretes: Julianne Moore, Mark Ruffalo, Alice Braga, Yusuke Iseya, Yoshino Kimura, Maury Chaykin y Danny Glover. Nacionalidad: Canadá, Brasil y Japón. 2008. Duración: 121 minutos.
La novela de José Saramago que sirve de sustento al tercer largometraje de Fernando Meirelles, provoca en el espectador una inquietante sensación. Su pretexto argumental es sencillo. Un buen día, de repente, sin ninguna causa ni justificación, un hombre pierde la vista. A éste le sucede otro, y otro, y otro… es el comienzo de una epidemia terrible que termina por cegar a la humanidad. Conforme Saramago describe el apocalíptico panorama de esta distopía sin pleitesía alguna hacia la ciencia-ficción, la cabeza del lector se llena de poderosas recreaciones mentales. A medida que se muestra el desolador panorama de una humanidad de invidentes, Saramago se descubre como un poderoso conjurador de iconografías. En ese momento, es inevitable pensar que de aquí podría surgir una desgarradora película. Pero hacia la mitad de la novela, cuando la pesadilla parece no tener fin y la miseria de los hombres se baña en ignominia, se percibe el lastre de su densidad literaria. Entonces el olor de la basura, basura de los objetos en descomposición, basura de los sujetos (des)atados por la lujuria, el miedo y la violencia, hace temer que la prosa de Saramago encierre una trampa. Aquí no hay cine que sobreviva.
De hecho, el propio Saramago se resistió durante años a ceder los derechos de Ensayo sobre la ceguera . Ya se sabe, de una mala novela puede germinar, si la historia es buena, en una gran película. Lo contrario, resulta una empresa ardua. ¿Es eso lo que acontece en A ciegas ?
Empezaremos por matizar la afirmación para responder a la pregunta. De una buena novela naturalmente que es posible obtener una gran película. Lo que ocurre es que mejorar una novela mediocre resulta mucho más sencillo que dar justa respuesta a una gran obra. Cuestión de espacio-tiempo: ¿que dejamos fuera?
En A ciegas , Meirelles equilibra el respeto que le merece Saramago con su libertad como autor-cineasta. O sea, no se limita a la mera ilustración de estampas. De hecho, su película se arriesga y mucho con un uso sugerente del color, el encuadre y una insólita banda sonora. Es como si Meirelles quisiera responder a una reflexión sobre la ceguera con una incursión sobre el oído/sonido como instrumento descriptivo de atmósferas. Al mismo tiempo, A ciegas abunda y fija la voluntad alegórica que descansa en ese ensayo que Saramago tituló sobre la ceguera, pero que trata sobre el compromiso del ser humano ante la libertad. Con él en mente, Meirelles elude los escollos que Saramago dejó en su novela en torno al verosímil narrativo. Ya se ha dicho que Saramago sabe más de compromiso político que de ciencia-ficción. Y más aún, comunista convencido en un pueblo de procesiones religiosas e imaginería evangélica, resultan reconocibles, en sus metáforas, poderosos ecos de reverberaciones bíblicas. Esos ecos son los que aquí se refuerzan para hacer de A ciegas una estremecedora reflexión sobre el elegido. El que ve, (¿como el escritor?), lo que los demás no perciben. Y aunque A ciegas pueda interpretarse de muchas maneras, en todas ellas prevalecerá el personaje de Julianne Moore, hecho de fusionar las figuras de Moisés y Judith. Ella es una visionaria capaz de ver en medio de las tinieblas. Y lo que esa mujer ve, le impele a asumir la violencia necesaria frente al tirano y frente a la injusticia. De este modo, Meirelles asume la probable ingenuidad de la moraleja del texto de Saramago, para esculpir un desolador vía crucis sobre el proceso de desmoronamiento de cualquier sociedad que pierde el principio de orden y va a la deriva. Y así, lo que se titulaba ensayo sobre la ceguera, muestra lo que es: una proclama sobre la dignidad.