Verbalizar la culpa, tranquilizar la conciencia…
Dirección y guión: Ari Folman. Música: Max Richter. Montaje: Nili Feller. Intérpretes: Yael Nahlieli, Serge Lalou, Gerhard Meixner, Roman Paul. Nacionalidad: Israel, Francia y Alemania. 2008. Duración: 90 minutos.
Un sueño en el presente, en realidad una pesadilla que proviene del pasado, pone en marcha este vals de muerte y olvido. Ése es el pretexto del que se sirve Ari Folman para arrojar luz sobre el agujero negro de su memoria. A partir de ese punto, Vals con Bashir se precipita hacia un vacío rasgado por los ladridos de 26 perros encorajinados que amenazan desde el miedo y la rabia. Considerados por la mitología como guardianes de las tinieblas, sus ladridos despiertan la conciencia dormida del cineasta. Lo que luego se convoca es una denuncia inapelable: reconocer que seguimos viviendo en el tiempo del Holocausto.
Vals con Bashir plantea una incursión a través de los pliegues de la memoria del propio cineasta. Freud, el mejor cartógrafo del psicoanálisis, siempre lamentó la frustrante sensación de no poder aprehender sus complejos mecanismos. ¿Por qué se borran algunos recuerdos? ¿Por qué la memoria es permeable a reinventar el pasado con interferencias del presente, como si el pasado no fuera sino un relato en construcción desde el aquí y el ahora?
Ari Folman salda cuentas consigo mismo. Folman participó activamente en la guerra del Líbano a principios de los 80, supo de la matanza de miles de refugiados palestinos en Sabra y Chatila y ahora, cinco lustros más tarde, lo rememora en un proceso redentor y terapéutico. Un proceso que adopta un ropaje cinematográfico insólito. ¿Es posible crear un documental con dibujos animados?
Para Folman lo es. Es más, ese proceso por el que la crónica se hace dibujo, le faculta al realizador para rescatar la verdad de tanta imagen periodística contaminante y contaminada. Esa posibilidad inherente en la animación de poder ensamblar planos subjetivos con imágenes fotográficas, lo fantástico con lo sufrido, propician un vehículo eficaz. Así, Folman aplica en su obra algo que los maestros japoneses usan desde hace años, la llave precisa para penetrar en el territorio del subconsciente. Bajo ese hipnótico ritmo propio del anime , Folman aleja su relato de esas imágenes convergentes y deudoras con el imaginario bélico mostrado por el Kubrick de La chaqueta metálica o el Coppola de Apocalypse now.
Folman sabe que el horror y la muerte producen siempre imágenes abrumadoramente monótonas, así que en Vals con Bashir el cineasta reinventa ese escenario a través de la línea. Como un surrealista del siglo XXI, Folman aspira a rozar lo real en su grado superior: fundir aquello que los ojos ven con lo que las emociones rezuman. De ese modo, su filme impacta en el espectador desprevenido. Cuando ya nadie cree en las imágenes fotográficas, estos dibujos devienen en escritura iconográfica.
Y con ello, ese vals que un soldado israelí baila en medio de una emboscada con la cara de Bashir Gemayel multiplicada en las calles ametralladas adquiere los negros presagios del ritual de una danza macabra. Es cierto que en este Vals , son los cristianos falangistas los autores de la masacre ante la mirada impávida del poder israelí, pero no lo es menos que la denuncia de Folman se hace incontestable e intemporal. De ahí que en sus planos finales, en la decisión más discutible y paradójica, Folman eche mano de la huella real para, con ella, hacer que las víctimas se tornen en inquietantemente próximas. Se pasa de los personajes con nombre propio representados por el dibujo, a la presentación de los rostros desconocidos de unas víctimas fotografiadas que bien podrían intercambiarse con quienes ahora lloran en Gaza y Bagdad. Lágrimas anónimas zarandeadas por ese vals maldito y letal que nadie detiene, que nunca cesa.