Paseo por el individualismo y el cine
Dirección: Clint Eastwood Guión: J. Michael Straczynski.Intérpretes: Angelina Jolie, John Malkovich, Jeffrey Donovan, Jason Butler Harner, Amy Ryan y Colm Feore. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 141 minutos.
El mismo año 1928, en el que comienza la acción de El intercambio, es decir, cuando desaparece un niño y con su vacío se desencadena la larga agonía de una madre -lo que en principio parece ser el leit motiv de su argumento- había, como ahora, una feroz crisis económica en el horizonte. Lo paradójico es que, al mismo tiempo que el hambre sacudía la vida rural norteamericana, meses antes del crack de la bolsa neoyorquina, el cine mudó de naturaleza. Le fue dada la voz y con ella, aquellas coreografías apasionantes del cine silente se diluyeron con la palabra. Este detalle no es nada gratuito, aunque lo parezca. Y no lo es porque, además de lo que desarrolla el argumento del último filme de Clint Eastwood, de lo que se ocupa de verdad este cinéfilo empedernido, es del cine como relato. Del cine como constructo simbólico con el que conjurar la violencia de la vida. No en vano, mayoritariamente ha sido definido por la crítica como el último gran clásico. Pero ¿se puede ser clásico en el tiempo de la de(con)strucción?
Si situamos con referencia al Oscar la época en la que se desarrolla la acción de El intercambio, vemos que arranca con los triunfos de Amanecer de Murnau y Alas de William Wellman. Su desenlace final acontece en 1935 con la victoria sorprendente, no así para el personaje de Angelina Jolie, de Sucedió una noche, de Frank Capra. ¿Un hecho casual? No, a Eastwood sin duda también le gusta Capra.
Entre Murnau y Capra, el cine volvió a nacer y supo incorporar la palabra. Una palabra que en el filme de Eastwood no descansa en las fuerzas policiales. De ellas, al menos de quien detenta el poder, sólo emana el abuso y la mentira. Entonces, si la verdad no viene de lado de la Ley ¿dónde se encuentra? La respuesta en este filme se muestra transparente: la palabra verdadera la enuncia una madre y se defiende en el apoyo que a ésta le presta un hombre de Dios, o sea un predicador presbiteriano con un toque radiofónico de estrella mediática. Dicho de otro modo, lo que El intercambio escenifica se parece mucho al credo del citado Capra, un cineasta erróneamente tildado de reaccionario cuando simplemente era un conservador yanqui que creía en el sueño americano, en la libertad del individuo y en la fuerza de la familia y la Biblia.
Y si hablamos de familia llegaremos a la madre, y esa madre es a la que homenajea sin disimulo Eastwood. Probablemente esa sea la única certeza, la única idea clara en un filme más confuso de lo deseable. Porque en esta obra coral se empastan las voces y vemos cómo, de vez en cuando, se sumerge el hilo argumental por superposición de temas. En El intercambio se dan cita un psicokiller en serie, dos juicios en paralelo, una ejecución, varios asesinatos y en medio se muestra la indefensión de los ciudadanos ante la Ley y la vulnerabilidad de la mujer en tiempos difíciles. Es más, en muchos momentos, si el espectador se aleja de la tensión narrativa, puede percibir que detrás del aparente clasicismo formal de Eastwood, bullen citas cinéfilas y brotan guiños posmodernos. Que quien diera vida a Harry el sucio ponga sobre el tapete blanco de la pantalla de cine, el terror que relampaguea en el abuso del poder del estado, provenga éste del aparato policial, sanitario o judicial, no contradice su marca de fábrica. En el fondo, entre el proceder de sus personajes en el spaguetti western y el reflexionar de sus protagonistas actuales, el único cambio estriba en la fragilidad del héroe y en su creciente pesimismo. Su fe todavía descansa en el individuo enfrentado al sistema. Y eso es El intercambio . Un filme con más titubeos de los debidos pero con la lucidez de asumir que los tiempos cambian.