La maldición de los no muertos
Dirección y guión: Paolo Sorrentino. Intérpretes: Toni Servillo, Anna Bonaiuto, Giulio Bosetti, Flavio Bucci, Carlo Buccirosso, Giorgio Colangeli, Alberto Cracco y Lorenzo Gioielli. Nacionalidad: Italia. 2008. Duración: 110 minutos.
Desde la primera imagen queda claro lo que Paolo Sorrentino desea construir. Y, en consecuencia, desde el primer compás todo reverbera con la vibración de lo hiperbólico. Claro que ni siquiera hace falta que empiece la película para comprender lo que nos espera. Como establece su título, Il divo trata sobre un ser arrogante, engreído y soberbio; lo que también denota que estamos ante alguien magnífico y altivo. Esa ambivalencia que provoca la figura del divo -repele por su presuntuosidad, atrae por su excepcionalidad-, establece los ejes por los que se lanza solemne y poderoso este gran filme. Bajo esa premisa, quiere ser crítico y palpar la verdad pero no escapa a la fascinación por un personaje tan resbaladizo y oscuro, Sorrentino forja una de esas películas inconmensurables que, instantes después de haberla visto, sabemos que forma parte de nuestro recuerdo y de nuestro acervo.
Como la esencia de los divos habita en la ópera, con aires operísticos es como Sorrentino nos introduce en el semblante de Giulio Andreotti, un animal político que el próximo 14 de enero cumplirá 90 años. De ellos, medio siglo ha permanecido al frente de la política italiana. Y cuando perdió el poder, o sea en estos últimos quince años, la fuerza de sus archivos le blindó frente a los tribunales que le juzgaron acusado de crimen y corrupción. Nadie duda de que sus secretos, lo que sabe y calla, lo que vio, movió y nunca dijo amordazaron a la Justicia. A Sorrentino esos secretos no le importan, lo suyo es escrutar el rostro que carga con ese peso.
Por eso mismo, conocedor de que el fracaso aguarda a quienes pretenden relatar lo real, Sorrentino bucea en la verdad simbólica. Si Matteo Garrone levantó Gomorra rehabilitando las puertas del neorrealismo, Sorrentino escoge el camino contrario. Todo en Il divo se debe al gran guiñol y es la suya la verdad del rito, la autenticidad del delirio y el exceso. Pero al igual que Matteo Garrone, sus nutrientes decisivos provienen de la tradición del cine italiano. Ésta es una constatación significativa, el cine renace en Italia a partir de las hermosas ruinas, desde las magníficas huellas del esplendor que tuvo en otro tiempo.
No obstante, más allá de sus raíces, en Il divo se percibe una especie de cordón umbilical con la tercera entrega de El Padrino de Coppola. Podría ser; el Vaticano, la mafia, el poder político… sin duda el territorio es el mismo pero hay una diferencia sustancial, el tono. Lejos del noir y el thriller Sorrentino elige el terror e invoca a Nosferatu. Amparado en la leyenda de Andreotti, su visión se desliza hacia la máscara del horror fielmente forjada por el actor que lo encarna, Toni Servillo. Con los rasgos creados por Murnau, su Andreotti deviene en paradigma del no muerto. Vive sin disfrute y permanece maniatado por la maldición de ser lo que él mismo se ha construido. Trufado por diálogos de perversa brillantez, su discurso maquiavélico sobre el poder y sus maquinaciones escribe una partitura inolvidable y universal. ¿Acaso no rezuma la imagen de Andreotti y señora el mismo agrio patetismo que desprende el retrato de los Ceaucescu, los Franco o los Aznar?
A un gran fresco histórico sobre la ponzoña del poder, responde Sorrentino con un vaciamiento absoluto. Hay una poderosa planificación, riesgo extremo, goce por el cine y compromiso con el discurso político. Estamos ante una de las grandes obras del año y con ella se recupera el placer de oír diálogos inteligentes y ver imágenes poderosas de esas que sólo le es dado convocar al cine cuando éste está esculpido con los fantasmas de la razón y la sangre de los sueños.
Juan zorionak eta urte berri on 2009, que pases una feliz navidad junto a tu familia y amigos.
Saludos Maika