Bello antídoto contra la vanidad
Dirección: Olivier Assayas. Intérpretes: Juliette Binoche, Charles Berling, Jérémie Renier, Edith Scob, Dominique Reymond, Valerie Bonneton, Isabelle Sadoyan, Kyle Eastwood y Alice de Lencquesaing. Nacionalidad: Francia. 2008. Duración: 102 minutos.
Cuando se cumple el primer tercio de Las horas del verano , se hace obligado rendirse ante el talento descomunal de su realizador, Olivier Assayas, uno de esos cineastas surgidos bajo el paraguas de Cahiers du cinema y heredero, en algún modo, del legado de Bazin. Con Las horas del verano acontece como con El sol del membrillo , que nació como un filme de encargo, sujeto a ciertas limitaciones y que, sin embargo, una vez finalizado, lejos de aquellas cortapisas que lo alumbraron, ahora aparece como un deslumbrante texto fílmico de una fuerza desasosegante. Por eso, cuando uno se encuentra en la mitad de la película, desearía que nunca acabase.
El soplo que puso en marcha esta película, arranca de una iniciativa del Museo de Orsay que convocó a cuatro directores, Jarmusch, Hsiao-hsien, Ruiz y el propio Assayas. La idea era hacer cuatro cortometrajes para conmemorar el 20 aniversario del museo de los impresionistas. Aquello fracasó y de aquel naufragio surgieron dos películas sorprendentes, Le voyage ballon rouge de Hsiao-hsien y esta magnífica obra: Las horas del verano .
Con ella se nos coloca frente al derrumbe de un tiempo, en ese umbral herido que significa el percibir las horas postreras de una madre que comprende que sus tres hijos no mantendrán unida la hacienda. O sea, una especie de rey Lear sin épica ni sangre pero con una profunda introspección sobre la validez del arte, de la memoria, de los afectos e incluso del propio ser. Assayas, un director no siempre bien aceptado debido a sus experimentos formales, se conduce con una sutileza exquisita para esculpir un filme que deviene en un encendido homenaje al naturalismo francés y a lo que esto implica. Con contención desesperante ante un conflicto que agrieta el emblema de la familia, Assayas deja que sus personajes, tres hermanos simbólicamente desparramados por el mundo: Francia, EEUU y China, se comporten como metonimia de un tiempo global en el que ni el poso cultural del pasado ni las relaciones afectivas significan otra cosa que una ¿buena? operación financiera. Desgarrador sin gritos, conmovedor sin vaselina, inteligente y demoledor, éste es uno de los más poderosos textos fílmicos del año.