Sucesión de carátulas sin alma
Dirección: Paul W.S. Anderson. Intérpretes: Jason Statham, Joan Allen, Tyrese Gibson, Ian McShane, Natalie Martinez, Jacob Vargas y Fred Koehler. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 105 minutos.
Anderson , autor de títulos comoMortal Kombat , Soldier , Resident Evil y Alien vs Predator , para dar forma a esta película retuerce y entrecruza tres referentes básicos. Uno, es un remake , alumbrado desde una visión personal de La carrera de la muerte del año 2000, dirigida en 1975 por Paul Bartel y protagonizada por David Carradine y Sylvester Stallone para la factoría Corman. Los años 70, sobre todo en su primer lustro, fueron tan malos para el negocio como buenos para la libertad creativa. Al no haber mucho dinero de por medio, se dio más libertad y en ese tiempo surgieron oscuros y notables filmes como éste que ahora se copia.
Con él en su poder, Anderson, un correcto coreógrafo del horror y la violencia, acude a otras dos fuentes nutricias ya visitadas en sus anteriores empresas: la estructura acumuladora de duelos del videojuego y el guiño burdo, directo e hiperbólico a la épica de la antigua Roma.
Con todo ello Death race se comporta como un filme despolitizado con respecto al original, simple y vibrante. En un futuro cercano, la directora de una prisión de alta seguridad promueve unas peligrosas carreras de coches entre sus clientes a los que les promete libertad o muerte. El espectáculo, seguido por millones de espectadores vía televisión, se descubre como un provechoso negocio al que se cuida con la incorporación incluso de inocentes, reclutados de mala manera.
Y Anderson obtiene lo que pretende. Cien minutos de un cruce entre un filme de presidiarios tipo Cadena perpetua y el fallido experimento de los Wachowski, Speed Racer . Por lo demás, más dotado para la mecánica que para la psicología, sus personajes no existen. Jason Statham, encantado con no tener que conferir sentimiento alguno a un personaje al que le han matado la mujer y le han robado la hija, pone cara de velocidad y muestra su trabajada musculatura. Eso es todo. Ni rastro de la incorrección política del filme original y ni rastro del poder evocador de la antigua Roma. Sin nada de ello, sólo queda el videojuego; pero aquí el público jamás puede hacerse con el mando de la consola. Y eso, agota y deja de interesar incluso a quienes nunca juegan.