Polvo de ayer, barro de ahora
Dirección: Antonio del Real Intérpretes : Jason Isaacs, Julia Ormond, Jürgen Prochnow, Jordi Mollà, Joaquim de Almeida, Juanjo Puigcorbé, Blanca Jara, Fabio Testi y Rosana Pastor Nacionalidad: España. Italia. 2008 Duración: 130 minutos.
Al salir del preestreno, Alberto Ruiz Gallardón, preguntado por una supuesta identificación entre el pasado que se ilustra aquí y el presente en el que vivimos, contestó que lo único que podría decir es que en esa época él hubiera jugado el papel de víctima; en consecuencia hubiera sido asesinado. Sin querer, o quizás queriendo porque sabida es la inteligencia de Gallardón, el alcalde de Madrid pulsaba una tecla siempre paradójica sobre el sentido del llamado cine histórico. En realidad, toda esa colección de películas recientes, de Juana la Loca a Alatriste , deLos Borgia a Tirante el Blanco no hacen sino elaborar una música que agita más las sombras del presente que las luces del pasado. En este caso, dado su discutible verdad histórica, la operación no ofrece dudas. Por lo demás, estamos ante una producción española de alto presupuesto, se han citado entre 14 y 18 millones de euros, víctima de una ambición suicida.
Quien dirige, Antonio del Real, hasta ahora se había ocupado de comedias disparatadas de sexo sin seso y de carcajadas sin sutileza. Por lo que el esfuerzo que Antonio del Real ha realizado es notable, y justo será resaltar la solemnidad con la que se conduce a lo largo de toda la película. Como la vi minutos después de escuchar las palabras de Gallardón, sus notables insuficiencias se atemperaron con la curiosidad de buscar en ese pasado, la esencia del presente. Un pasado que desgrana las intrigas palaciegas en la corte de Felipe II y el duelo letal entre el espíritu belicista del Duque de Alba y las maniobras de alcoba de la princesa de Éboli. Al fondo, se asoma Flandes, allí donde el imperio se desangraba devorando a todos los Alatristes que buscaron honor y gloria. Y en primer plano, en la Corte, un tráfago de eclesiásticos y aristócratas, de traidores y cortesanas ahogan con sangre un siglo llamado de oro y grandeza.
Todo esto se relata entre el pincel exquisito y la brocha basta, sin que nada justifique el cambio del detalle del orfebre por el exceso y la caricatura. En medio de estridencias ridículas y desatinos interpretativos, permanece un subjetivo enigma irresuelto: quien esto firma, no acertó a desvelar quién hubiera sido Ruiz Gallardón y dónde está Esperanza. Pero seguro que allí estaban.