Radiografía en technicolor
Dirección: Steven Soderbergh Intérpretes: Benicio del Toro, Demián Bichir, Santiago Cabrera, Elvira Mínguez, Jorge Perugorría, Edgar Ramírez y Victor Rasuk Nacionalidad: EEUU, Francia y España.2008 Duración: 131 minutos
Steven Soderbergh se encontró en medio de esta aventura cinematográfica casi por casualidad. Llevar al cine la biografía del Che no era una idea suya pero a Soderbergh, un cineasta heterodoxo al que nunca le han gustado los lugares comunes ni las propuestas rutinarias, parece acompañarle una maldición por la que termina siempre contando historias que no había previsto o que ya otros habían hecho: Traffic, Solaris, Ocean’s Eleven … El caso es que aquel proyecto ideado para que Terrence Malick se recuperara de su libre adaptación de Pocahontas en El nuevo mundo , terminó en manos de Soderbergh quien, como enTraffic , encontró en Benicio del Toro el rostro y la voz que necesitaba.
Soderbergh no quiso asumir una producción convencional. Rodada con cámara digital y en la lengua original de sus protagonistas, castellano, el resultado es un fresco monumental de casi 270 minutos de duración. Tras un rodaje agotador y un montaje imposible, sus casi cinco horas hacen ahora imposible su estreno comercial. Lo que el espectador verá ahora no es sino media película, algo menos del 50% de un proyecto que, progresivamente, se echa en manos de una (re/de)construcción antiépica e iconoclasta. Fragmentada en dos partes para su exhibición en salas, aunque en su paso por el Festival de Cannes se pudo ver completa, el corte ha sido aplicado en ese momento vertebral de esta extraña biografía . Mientras que Che: el argentino recoge el tiempo de las luces, los días de gloria y esperanza; La guerrilla , título de la segunda entrega, se agrieta en sombras y penumbra para filmar el infierno de Bolivia.
La cuestión es que este Che de Benicio del Toro se coloca voluntariamente en las antípodas de lo que Walter Salles convocara en Diarios de motocicleta . Soderbergh sabe que el Che conforma, junto a Charlot y Marilyn, la santísima trinidad de la iconografía del siglo XX y como tal huye del biopic al uso. El cine, cuando se enfrenta a la construcción de biografías de personajes históricos es consciente de que jamás va a poder penetrar en las aguas profundas de su vida. De modo que suelen quedarse en una de las dos orillas: o tejen una vida ejemplar llena de felicidad y heroísmo; o, lo que suele ser peor todavía, tuercen el gesto y con el pretexto de desmitificar el mito y palpar la verdad, tejen una colección de defectos, debilidades y perversión.
Soderbergh consciente de que el cine es manipulación y que cuando cuenta una vida real miente doblemente, opta por la distancia. Echa mano de la fragmentación; se sirve de tiempos, tonos y registros diferentes y, como un pintor impresionista, sacrifica el detalle, la nitidez y el realismo. Si es imposible esculpir la verdad de una biografía en unas horas, acaso no lo sea tratar de captar la atmósfera, los gestos, la esencia, no de la persona sino de su leyenda.
El resultado incomoda al amante de la cronología bien desarrollada, al amigo del relato lógico y al analista que pretenda descubrir la esencialidad de los hechos políticos y sociales aquí punteados como reflejos sin forma. Así, son muchos los personajes de paso fugaz y muchas las pequeñas rendijas que conforman lo que una vez fue Cuba, la tierra de una revolución que, por otra parte, ha significado siempre un especial quebradero de cabeza para los diferentes gobiernos USA. Ese narrador inteligente llamado Soderbergh, sabedor de que no podría conformar el retrato definitivo alumbra un actor protagonista insuperable. Basta comparar su Che, con el Castro que le da réplica para entender lo fácil que es patinar en la caricatura cuando se trata de forjar un retrato desde las sombras. Y este Che, su Che, se desliza pero no patina.