La muerte voluntaria, ¿la venganza necesaria?
Dirección y guión: M. Night Shyamalan. Fotografía: Tak Fujimoto. Intérpretes: Mark Wahlberg, Zooey Deschanel, John Leguizamo y Betty Buckley. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 93 minutos.
En su visita a Madrid para presentar El incidente , Shyamalan bromeaba sobre las facilidades que había dado a la crítica para machacarle por su anterior película. En efecto, La joven del agua no era un relato equilibrado. Además, el hecho de que uno de los principales papeles lo interpretase él mismo dio alas a quienes exageraron sus debilidades. Eran los mismos que tampoco habían aceptado las otras películas porque algo hay de desazonador en todos sus textos. Tal vez Shyamalan se propasó al darse un papel importante en lugar de conformarse con un pequeño cameo. Pero pese a ello, eran muchos los aciertos de aquel filme dislocado y arrebatado, un cuento de hadas contemporáneo en un tiempo obsesionado con el horror de lo real.
Lo cierto es que Shyamalan se parece mucho más a Hitchcock que a Spielberg. O sea que es más manierista que posmoderno. Shyamalan hace cine con la mirada puesta en la taquilla, pero no es dinero lo que anhela, sino público. Aunque parece lo mismo, no lo es. La diferencia estriba en que unos hacen la cuenta sin esperar a que los espectadores salgan de la sala; los otros ansían -además- escuchar el silencio emocionado de una sala llena en mitad de una secuencia que pretenden dejar grabada en lo más hondo. Así es este cineasta de origen indio que un día llegó a Filadelfia para no moverse ni siquiera para rodar. Quizá por ese anclaje a una tierra adoptiva, sus películas se ven conformadas por la preeminencia de la familia, un núcleo social primigenio que en su cine se resquebraja por la enfermedad, la muerte, el aislamiento y la ausencia.
Cuentan que con apenas ocho años ya hacía películas. Y desde que El sexto sentido se alzó como una referencia mundial, dando a un muerto el protagonismo absoluto de la historia, no ha parado. Película tras película ha levantado los más inquietantes testimonios en torno a lo que nos aguarda fuera. Títulos como El protegido , la más sugerente película sobre un superhéroe desorientado; Señales , o cómo adentrarse en la ciencia ficción del siglo XXI sin rendirse al departamento de los FX; El bosque , un viaje a través del tiempo sin que el calendario cambie de fecha y La joven del agua , lo distinguen como un cineasta singular. Demasiado opina la industria y Shyamalan, como antes Coppola, Burton y otros tantos, ya sabe lo que eso significa.
En El incidente esa presión industrial sobre la necesidad de tener éxito parece lastrar conceptualmente toda la película. Tanto, que se diría que estamos viendo dos obras distintas. En una aparece lo mejor de Hitchcock, en la otra, la cara más meliflua de, pongamos, un Ron Howard. A la primera corresponden todas las secuencias que no rinden pleitesía a la presencia de sus protagonistas. La cadena de suicidios, el tiempo congelado, las miradas perdidas, los personajes secundarios… en ellas se conforman las mejores ráfagas de terror del cine actual. Shyamalan hace del horror algo sublime, algo real, perturbador, inolvidable y estremecedor. La otra película que se ha colado en esta venganza de la Tierra, habla de una pareja frígida que ¿saldrá? del infierno redimida por el amor. En este nivel del relato, Shyamalan fuerza una pose hierática, como si sus dos principales protagonistas estuvieran, como el Cesare de Caligari, dominados por una mente diabólica. Voluntaria o involuntariamente, Shyamalan hace que sus protagonistas parezcan zombies en un ritual de muerte voluntaria. Esa bicefalia provoca un artificio incómodo, un epílogo sin sentimientos y una sensación amorfa que, lejos de negar el pesimismo lúcido del cineasta, lo reafirma. O sea, se hace apocalíptica sin remedio.