Mirar y no ver, ser y parecer
Dirección: Anahí Berneri Intérpretes: Silvia Pérez, Martina Juncadella, Luciano Cáceres, Inés Saavedra, Fabián Arenillas, Osmar Núñez y Carlos Portaluppi Nacionalidad: Argentina. 2007 Duración: 93 minutos.
Nueve de cada diez crónicas escritas a propósito de Encarnación la ningunean. Y una de cada dos la considera insufrible, indigna, aburrida. Seguro que tienen razón. Seguro que a ellos no les ha gustado, que no la soportan, que nada ven en ella. Pero hay que decir que Encarnación no es una mala película. De hecho, Encarnación fue la propuesta más valiente, actual y arriesgada de la última edición del festival de San Sebastián. Y lo fue porque Anahí Berneri, cineasta argentina, sabe muy bien cómo y por qué ha hecho este filme. También sabe que se mueve por un filo abismal que se niega a repetir viejas fórmulas, lo que la sitúa en una distancia extraña, poco hollada. Para ubicarnos, su Encarnación estaría más cerca de La soledad de Rosales o deLa mujer sin cabeza de Lucrecia Martel, que del costumbrismo argentino hecho a golpe de hijos de la novia y humor judío.
Y es que Encarnación no cree ni en el matrimonio ni en la familia. Encarnación habla de una actriz que ya ha superado los cincuenta. Una rubia escultural que vive su decadencia con una dignidad escalofriante. Sin la presencia de la actriz Silvia Pérez,Encarnación nunca hubiera conseguido esa sensación de compleja autenticidad que rezuma. Pero tampoco sin la elaborada escritura de su directora, que proyecta una alambicada orfebrería sentimental hecha de detalles pequeños, sutiles, apenas perceptibles para acabar juzgando a quienes juzgan a su protagonista. Anahí Berneri no busca demostrar que tras una sex-symbol habita lo contrario de lo que dice el tópico. Eso sería hacer lo mismo. En consecuencia no manipula el personaje a retratar y su Encarnación sólo es una mujer que vive en armonía consigo misma. La anécdota que el filme recrea posee algo de venganza dulce y mucho de agrio perdón. Habla del microcosmos familiar de esa oveja negra -en este caso rubia-. De una hermana convencional y sumisa, de un cuñado misógino que la teme casi tanto como la desea y de una sobrina que la idealiza. El tema es que Encarnación reivindica un arquetipo al que el cine lleva años reduciendo a la condición del vacío. Y con ello nos recuerda que la vacuidad no está tanto en el objeto-sujeto que se observa, sino en la actitud/aptitud de quien mira sin ver.