Miserias laborales
Dirección: Max Lemcke. Intérpretes: Juan Diego, Javier Ríos, Luis Tosar, Estíbaliz Gabilondo, Arturo Valls, Alberto San Juan, Malena Alterio y Álex Angulo. Nacionalidad: España. 2007. Duración: 95 minutos.
La última sensación que transmite la pantalla mientras se proyecta Casual Day huele a fracaso y duele a pena. Se trata de un amanecer atravesado por una humedad ácida regada por mucho alcohol sin duda, pero sobre todo, por una insoportable frustración. En ella, por más que el espectador dé vueltas a los personajes no encontrará en ninguno un asidero sólido, alguien a quien salvar. Todo lo más hallará gentes más o menos antipáticas en un retrato social de miserables que se hunden en el fango de una culpabilidad incierta. Una corbata cabeza abajo es, además del símbolo obvio de su contenido, la imagen con la que Max Lemcke debuta en la dirección de largometrajes.
Tenía un largo anterior que responde al nombre de Mundo fantástico, pero se quedó sin estreno comercial. Ahora, tras ver Casual Day parece razonable pedir una oportunidad para aquel primer trabajo porque Casual Day es un aval poderoso. Las razones son varias. Primero porque este cineasta consigue una rotunda interpretación de un reparto excesivamente heterogéneo y dispar. Tanto que, a priori, nadie hubiera pagado por el resultado de mezclar actores cuyos estilos son incluso antagónicos. La segunda porque con un par de escenarios y a golpe de secuencias resueltas en un festival de paso a dos, Casual Day posee sentido del ritmo, construye personajes que en algún caso logran conformarse más allá del arquetipo y forja un demoledor retrato que rezuma verosimilitud en sus interpretaciones.
Muestra cómo un grupo de empleados, por iniciativa de la empresa, se dispone a compartir una jornada de convivencia. Ése es el pretexto. Lo que al filme le interesa es retratar la tipología del hombre actual. De las diferentes voces que se convocan las que más se escuchan responden a aquellas que sostienen una relación más allá de lo meramente profesional y que, por transportar (des)afectos, resultan más patéticas en sus renuncias y en sus pírricos logros. Es cine que podría recrearse en un teatro sin problema alguno; cine pobre en medios cuya escritura funcional está siempre al servicio de lo que los diálogos reclaman. Pero cumple su objetivo: repintar un amanecer gris de esperanzas cortas, miserias largas y vacíos absolutos.