Jazmines en el ojal
Dirección: Aitzol Aramaio. Intérpretes: Héctor Alterio, Daniel Brühl, Julieta Serrano, Bárbara Goenaga, Marian Aguilera, Ramón Barea, Gorka Otxoa y Mikel Albisu. Nacionalidad: España. 2008. Duración: 96 minutos.
Durante la proyección de Un poco de chocolate , título que desorienta sobre el contenido de esta singular película, se percibe un aroma de otro tiempo. Un poco de chocolate es lo que reclama uno de sus protagonistas, un anciano cuya cabeza se desmorona casi al mismo tiempo que se le escapa la vida. En ese chocolate se convoca el sabor de lo que se fue, los ecos de los que se fueron y, en definitiva, la magdalena de Proust, razón última de esta película de cronología imposible ubicada en el calendario detenido del bosque de la (des)memoria.
Un poco de chocolate comienza y finaliza de manera idéntica. Con su protagonista, Héctor Alterio postrado en la cama en medio de una atmósfera fantástica en la que cae un manto de nieve hasta (con)fundir los pliegues de las mantas con la silueta de unas montañas. En esas montañas ideales sitúa el personaje de Lucas las presencias de los que se fueron llevándose con él sus mejores días: amor, amistad, ideales, vida… Entre medio hay una historia imposible, de esas que María Dolores Pradera cantaba hace medio siglo diciendo que ya no se estilan. Una historia adaptada de la novela de Unai Elorriaga, Un tranvía en SP . Sólo por su indómita excentricidad, ya llama la atención esta película del debutante Aitzol Aramaio.
Como constructo fílmico, Un poco de chocolate es bastante frágil y algo caprichosa. Hay situaciones que los obsesivos de la lógica efecto-causa considerarán inaceptables. Lo real y lo imaginario, el pasado y el presente, el delirio y lo cotidiano se encadenan en un rosario de situaciones poéticas y titubeos prosaicos. El filme construye el último viaje de un veterano superviviente de la guerra civil. Un viejo anarquista que vive con su hermana también vieja, y cuya existencia se ve trastocada con la inexplicada presencia de un joven prófugo de su casa a causa de la incomunicación.
Los actores aguantan el tipo y Aramaio avanza con dudas entre ceder al pulso lírico que le reclama el texto o claudicar al costumbrismo de sus estampas. El efecto final se llena de extrañamiento y melancolía, algo que rara vez practica el cine actual y que nos recuerda que hay otros cines más allá de los que premia el Goya.