Un Kaurismäki para Oriente Medio
Dirección y guión: Eran Kolirin. Intérpretes: Sasson Gabai, Ronit Elkabetz, Saleh Bakri, Khalifa Natour e Imad Jabarinmi. Nacionalidad: Israel y Francia. 2007. Duración: 85 minutos.
Una formación musical egipcia viaja a Israel. Deben dar un concierto en terreno infiel. Un malentendido provocado por la impericia con una lengua que no conocen lleva a los músicos a un pueblo en mitad de un paraje desértico. La llegada de los miembros de la banda, con sus uniformes azules y su aspecto anacrónico, no provoca ni curiosidad entre los escasos habitantes del mismo. A fuerza de chapurrear inglés, comunicándose con los ojos y con los gestos, unos y otros comprobarán lo cerca que están. Ésa es la trama de un filme que se caracteriza no tanto por lo que cuenta, una bienintencionada apología del entendimiento de los seres humanos, sino por el cómo.
Todo en La banda nos visita reclama esa condición de redondez que poseen algunas óperas primas. En ella se percibe la sensación de esas historias que son fruto de una larga elaboración, que surgen de ese mundo de sensaciones, anécdotas y actitudes maceradas en la juventud.
Es cine rodado sin imposturas ni resabios. Cine al servicio de una idea: demostrar que árabes y judíos pueden y deben convivir en paz. Es cine fabricado con esos pequeños instantes que la memoria almacena sin saber por qué. Por eso, en tanto en cuanto se perciben como auténticos, como tales se les trata y de ese modo, con la convicción de que hay algo especial en ese material, el cine que alumbran crece fresco, fácil y feliz.
Además,La banda nos visita no oculta su devoción por Kaurismäki, el cineasta finés que reinventó el estoicismo. Algo parecido habita en las partituras de esa banda de hombres uniformados perdidos en un paisaje sin referencias ni tiempo.
Por eso mismo su contenido resulta tan próximo a cualquier espectador por muy exótico que sea su origen. Por eso en ella hay secuencias impagables como la del baile, y por ella deambula un puñado de personajes a los que se les acaba queriendo en su hieratismo, en su imperturbable dignidad de personajes que no poseen otra cosa salvo dignidad. Egipcios e israelíes, dos pueblos siempre en guerra, fría y/o caliente, encuentran aquí una paz duradera y con ella una película hermosa que demuestra que se puede alentar buenas intenciones con películas más que dignas.