Un ramito de violetas oriental
Dirección: François Girard. Intérpretes: Michael Pitt, Keira Knightley, Alfred Molina, Kôji Yakusho, Miki Nakatani, Mark Rendall. Nacionalidad: Canadá, Italia y Japón, 2007. Duración: 112 minutos.
EL tiempo histórico en el que transcurre la acción deSeda es un tiempo de crisis, un espacio fronterizo y decisivo para el devenir de Japón. Es prácticamente el mismo que recrea El ocaso del samurai , de Yoji Yamada, y el que sirve de escenario a El último samurai , protagonizado por Tom Cruise. Es la hora glauca de la épica feudal japonesa; la agonía de un sistema ritual y hermético sobre el que Occidente curiosea con una mezcla de admiración pueril y suficiencia adolescente. En el caso del filme dirigido por François Girard su acción arranca un poco antes de que un joven emperador japonés dejara Kioto por Tokio para asumir la consigna: «Fukoku kyohei» (un país rico y un ejército fuerte). Con ella puso fin al período Edo y significó el declive del clan Tokugawa, cuyo poder mantuvo cerrado herméticamente Japón al mundo desde 1600 a 1867.
Girard construye su filme con devoción por el libro homónimo de Alessandro Baricco (Italia, 1958), un novelista nacido en Turín, poco dado a las apariciones públicas y devoto de J. D. Salinger (EEUU, 1919); autor, a su vez, de la venerada El guardián entre el centeno . Seda es una novela breve, bien medida, mejor vendida, escrita con oficio, ensimismamiento y una solvente y calculada mezcla de elegancia, misterio, romanticismo y épica. Por eso su lectura provoca reacciones enfrentadas.
Girard, un cineasta canadiense de suaves maneras, autor de Secret World Live , filme sobre Peter Gabriel y su música, trata de permanecer fiel al fondo y a la trama. La naturaleza de Seda penetra en territorio abonado por querencias exóticas pero en la que sobre todo sobrevuela un abierto gesto simbólico que descansa en ese lecho en el que se gestan todos los mitos. Estamos ante la zona oscura de todo lo que Japón representa a nuestros ojos. Pero también estamos ante la misma oscuridad que acecha a nuestra propia realidad. Por eso, cuando la luz decae, todo adquiere la misma apariencia, de modo que da lo mismo Japón que Francia. Todos saben de la impresión táctil que transmite la seda, de su connotación erótica y su valor alegórico como último velo que persevera lo sagrado de lo profanado. Eso es lo que realmente importa en este filme. Lo demás asume la función del contexto y la anécdota.
En cuanto al hacer de Baricco y a su estilo, éste le provoca a Girard algunos problemas que no siempre resuelve de manera satisfactoria. Con algunos reajustes, necesarios, con respecto a la novela, Seda , la película, se mueve en un espacio extraño entre la factura convencional de una película con vocación mainstream y el ansia de construir una propuesta más radical, más autónoma y coherente. Sin duda, la fama de la novela le precede y gracias a eso, el reparto se nutre de actores (re)conocidos. Ver a la protagonista de Piratas del Caribe , Keira Knightley, convertida en Hélène, la mujer del Hervé Joncour, es una declaración de intenciones del producto, pero es una concesión sin contrapartida.
Girard, que construye imágenes adecuadas, tropieza a la hora de dar consistencia psicológica a sus personajes y sus actores, de contrastada calidad, pierden verosimilitud al afrontar el envejecimiento en la pantalla. Que no haya brillantez no significa que Seda no sea capaz de mantener con vida su argumento. De hecho, con su quiebro final a lo Ramito de violetas que cantaba Cecilia, reconciliará -si no ha leído la novela- al espectador no avisado. El que ya conoce la novela de Baricco, puede recrearse con un trabajo correcto y con la reflexión de siempre. La gran diferencia que se establece entre la letra de papel y la prosa cinematográfica se llama libertad.