La herida abismal
Dirección: Stefan Ruzowitzky. Intérpretes: Karl Markovics, August Diehl, Devid Striesow, Martin Brambach, August Zirner, Marie Bäumer y Dolores Chaplin. Nacionalidad: Alemania y Austria, 2007. Duración: 98 minutos.
Ganadora del Oscar a la mejor película de lengua no inglesa, Los falsificadores de Stefan Ruzowitzky, (Viena, 1961) como El último tren o como la todavía inédita adaptación fílmica de El payaso y el Führer de Eduard Cortés sobre un oscuro episodio vivido por Charlie Rivel; se adentra en la mala conciencia, en esa herida abismal que nunca se cierra, que representa el horror de los campos de exterminio de la locura nazi. Resulta inquietante pero conforme los supervivientes de aquel infierno van desapareciendo, crece el interés del mundo por todo aquello. ¿Encierra esto una suerte de temor ante el olvido definitivo como si eso nos llevara a la antesala de su repetición?
En el caso concreto deLos falsificadores , el cineasta vienés, cuya filmografía destaca por su heterogeneidad, vuelve a un tema obsesivo que trastorna la percepción de quienes supieron de aquel horror. Hay dos respuestas frecuentes en todos ellos. Una consiste en avergonzarse por haber sobrevivido a una situación en la que murieron casi todos. La otra, nace de una secreta y perversa comprensión por sus carceleros, a quienes de algún modo tratan de redimir como si, con ese gesto, ellos también alcanzasen su redención. Circula un soberbio documental de Sergio Oksman,La Esteticién , que al hilo de una superviviente de Auschwitz, fascinada por el recuerdo de Mengele; enfrenta al espectador a esta desgarrador sentimiento.
Como él, Ruzowitzky se sirve de lo real, un plan de la gestapo, para atacar el sistema financiero de Gran Bretaña y EEUU a través de una falsificación masiva de libras y dólares. De hecho, al rodaje asistieron dos de sus protagonistas reales que, ya nonagenarios, seguían discutiendo sobre la catadura moral del oficial de la Gestapo que los tuvo «protegidos» bajo sus órdenes mientras, en los barracones de al lado, miles de compañeros eran exterminados. El filme evita la mirada honda para establecer un documento más soportable. Es una opción estética -o sea moral-, discutible pero muy significativa. Ruzowitzky sortea la desgarradora mirada de la maldad que subyace en esa situación, pero no ahoga la verdadera y terrible dimensión que late en todos y cada uno de los resquicios de su relato. Ahí está para quienes la quieran ver.