Los peligros de la sinceridad
Dirección y guión: Bobcat Goldthwait. Intérpretes: Melinda Page Hamilton, Bryce Johnson, Geoff Pierson, Colby French, Jack Plotnick, Brian Posehn y Morgan Murphy. Nacionalidad: EE.UU. 2006. Duración: 89 minutos.
Hace dos años, el festival de San Sebastián nos regaló esta irreverente comedia dirigida por Bobcat Goldthwait. Fue la edición en la que el jurado oficial se puso grave y premió la desequilibrada fábula iraní Half moon , de Bahman Ghobadi. Tampoco los pronósticos de la crítica la tuvieron muy en cuenta. Son los perjuicios del humor y los prejuicios sobrevaloradores de lo aparentemente serio. Y sin embargo, Los perros dormidos mienten construye una de las más lúcidas reflexiones sobre los límites de la sinceridad al tiempo que lanza un desvergonzado pellizco a la frivolidad de los sentimientos. O sea que se trata de una inteligente y nada simple incursión en las convenciones sociales. Era la pequeña y saludable sorpresa que el festival donostiarra aporta cada año ante la indiferencia general.
Su director y guionista es un profesional del humor que con su segundo largometraje demuestra un talento notable y un pulso preciso. Su arranque es mordaz, zoofílico y pasado de rosca. Goldthwait adelanta por la izquierda la guasa de los Farrelly y, como ellos, bucea a placer en las pantanosas honduras de lo políticamente incorrecto. Pero… a Bobcat no le preocupa tanto la sucesión de gags ni se muestra heredero de la cultura del cartoon . Dicho de otro modo, si las huellas de Jerry Lewis atraviesan obras como Yo, yo mismo e Irene ; aquí las pisadas que le preceden pueden recordar al humor de Blake Edwads, eso sí, subido de tono, como corresponde al tiempo del Reitman de Gracias por fumar y Juno . Más cerca de la maltratada Very Bad Things que de Los padres de la novia , el filme recibe un excelente regalo de un reparto de actores fajados en la pequeña pantalla como Melinda Page Hamilton, una actriz mucho más carismática que la repetitiva y ya desactivada Renée Zellweger. Sin embargo, si se prescinde de la extrema anécdota que pone en marcha el enredo, Los perros dormidos mienten circula con normalidad por la vieja guerra de sexos, por los roces y goces del costumbrismo y por una cuestión medular que le da sentido a la vez que torpedea el fundamento del romantontismo con la pregunta: ¿Se debe contar todo a quien está dispuesto/a a casarse contigo?